Novena a María Auxiliadora. Día 09.

María, maestra de nuestra vida.

La importancia de María como maestra en la espiritualidad salesiana se manifiesta de manera muy especial en la historia del sueño de nueve años de San Juan Bosco que le marcó profundamente y le guió en su camino espiritual y pastoral a lo largo de toda su vida. Es Jesús quien en el sueño entrega a Don Bosco a su Madre, como Maestra y guía infalible. María Auxiliadora sigue siendo una verdadera Madre y Maestra para toda la Familia Salesiana y en todas aquellas realidades donde el carisma de nuestro Padre Don Bosco, don del Espíritu, ha echado raíces.

Comentario del Rector Mayor.

Hemos llegado al final de nuestra novena, y ha llegado el momento de reflexionar sobre el sentido profundo de la que vamos a celebrar. La advocación de María Auxiliadora, como nos enseñó Don Bosco, encuentra su fundamento bíblico en el episodio de María bajo la cruz de Jesús. En aquel momento crucial, mientras Jesús ofrecía su vida al Padre por nosotros, encomendó a María al discípulo amado como ayuda y, al mismo tiempo, pidió al discípulo amado que se llevara a María con él.

Esto es lo que significa María Auxiliadora: es ayuda en los momentos más dolorosos, es compañera de viaje en la vida, es el tesoro escondido, es la perla preciosa. Si el Espíritu Santo ha plantado en nuestra Familia Salesiana el verdadero árbol de la vida, es decir, la presencia de María en la vida de Don Bosco y en la nuestra, cada uno de nosotros está llamado a poner todo su cuidado para cultivarlo para que dé fruto a su tiempo. La presencia de María es la semilla de mostaza de la que habla el Evangelio: parece la más pequeña de todas las semillas y, sin embargo, crece muy grande y empuja a los demás hacia la felicidad. Parece la más pequeña de todas las semillas, pero crece mucho y se eleva tan alta que las aves del cielo anidan en ella. En todos los grupos de nuestra Familia Salesiana, en la vida de los jóvenes, en cada uno de nosotros María Auxiliadora está presente, actúa, Ella conduce a Jesús y nos hace dar mucho fruto.

Estamos en el bicentenario del sueño de nueve años que Don Bosco entendió al celebrar la Eucaristía en el altar del Sagrado Corazón. La propia vida sólo se puede entender celebrando la Eucaristía, ofreciendo a Jesús al Padre y ofreciéndonos con Él, como sacerdote, muchas veces ofreció su cuerpo en el altar. Pronunció muchas veces en su vida: “Esto es mi cuerpo ofrecido en sacrificio por vosotros”. Al momento de comprender el sueño, el 16 de mayo de 1887, su cuerpo no es el de un niño de nueve años, ni siquiera el de un joven sacerdote, sino que es el cuerpo de un anciano que no puede caminar. Y en el momento de comprender el sueño, su cuerpo consumido se convierte en símbolo de una ofrenda total, dirigida a todos nosotros, jóvenes y miembros de la Familia Salesiana. A María Auxiliadora, que nos guía hacia Jesús y nos inspira a través del ejemplo de Don Bosco, le damos gracias y le encomendamos toda nuestra vida.

Consagración a María.

Virgen María, mujer íntegra y fuerte que al pie de la cruz, eres testigo del amor y de obediencia de tu Hijo a la voluntad del Padre, enséñanos a aceptar el dolor con fe, como mujeres y hombres profundamente creyentes. María Auxiliadora, maestra de nuestros corazones, auxilio en los momentos dolorosos y difíciles, te confiamos la desolación de la humanidad doliente.

Ayúdanos a transformar las situaciones de muerte en Vida nueva y fecunda y acompáñanos al encuentro con Jesús VIVO en la Eucaristía, sosteniendo nuestra fe con entusiasmo y Esperanza para testimoniar a todos la fuerza del Amor. “Ad Jesum per Mariam”. Amén.

Reza 3 Salves con la jaculatoria: “María Auxiliadora de los cristianos, ruega por nosotros”.

Acordaos, oh, piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh, Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches mis humildes súplicas, oh, Madre del Verbo divino, antes bien, escúchalas y acógelas benignamente. Amén.


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