El curioso regalo de Domingo Savio a Don Bosco.

Uno a uno Don Bosco leyó cada uno de los regalos que sus muchachos querían: cien kilos de turrón para poder comerlo todo el año; un perrito, un almuerzo muy abundante. Sin embargo, hubo uno que lo dejó sorprendido; no era una petición como loso demás, más bien, era una pregunta seria: «¿me ayudas a hacerme santo?».

Ocho minutos para una página.

Dicho esto, le dejé marchar con los otros muchachos y hablé con su padre. Apenas ocho minutos más tarde, Domingo se adelanta y me dice: «Si quiere, le recito la página». Tomé el folleto, y comprobé con sorpresa, no solamente que sabía la página solicitada, sino que comprendía muy bien el sentido de las palabras que contenía.

Todo comienza con una estufa.

Un día que Don Cugliero llegaba con retraso y nevaba, dos traviesos muchachos después de ponerse de acuerdo en voz baja, salen de la sala. Vuelven algunos instantes más tarde con dos bloques de nieve y sin que se pueda preverlo, lo echan en la estufa. Se produce una gran humareda y el agua que sale de la estufa comienza a invadir la sala.

Un muchacho que habla con Dios

Continúa sin decir una palabra. En este seguir de calles y callejuelas oscuras se dirige como guiado por un radar. A lo largo del camino pasan muchas puertas. Domingo se para delante de una de ellas; no ha leído el número, no ha mirado a su alrededor para orientarse. Sube con paso decidido la escalera. Don Bosco le sigue. Primer piso, segundo piso, tercer piso.

Los lunes de Domingo Savio.

Estaba a poco menos de un mes para cumplir los 15 años cuando cayó gravemente enfermo; el médico de Mondomio hizo todo lo posible por curarlo, pero la voluntad de Dios era algo distinto y, en la tarde de un lunes, 9 de marzo de 1857, Domingo exclamó: “¡Adiós, papá, adiós! ¡qué cosas tan hermosas veo! ¡Veo los cielos y al Señor y a la Virgen... que me esperan!” y murió.

Domingo guía a Don Bosco ante una enferma de cólera y un moribundo.

Domingo se marcha ante una respuesta tan categórica. Sale a la calle y mira uno y otro lado, como buscando una orientación, pero regresa de nuevo a la misma casa y llama: “Perdone, que insista. Le ruego que revise bien toda la casa, pues estoy seguro de que aquí hay una enferma grave”.