Santa Zedíslava

Santa Zedíslava,
Madre de familia

  • 04 de enero

Zedíslava de Lemberk nació en el castillo de Krianov, en Moravia, en pleno corazón de Europa durante el siglo XIII. Desde pequeña recibió de sus padres una formación profundamente cristiana, aprendiendo a amar a Dios y a demostrarlo con obras concretas. Junto a su madre daba limosna, ayudaba a los enfermos y trataba a cada necesitado como si fuera el mismo Jesús.

Ya de adulta, Zedíslava contrajo matrimonio con Havel, caballero de la corte del rey Wenceslao I. Tuvieron cuatro hijos: Havel, Margarita, Haroslav y Zedislav, a quienes educó con dedicación, transmitiéndoles los valores y enseñanzas que ella misma había recibido.

Encuentro con los Dominicos

Un día conoció a un fraile dominico cuya manera de hablar de Dios, de Jesús y del Evangelio le llegó profundamente al corazón. Desde entonces comenzó a visitar con frecuencia el convento dominico cercano a su casa para escuchar la predicación, participar en la Eucaristía y recibir la comunión.

Vocación y vida espiritual

Con el tiempo, Zedíslava sintió que Dios le pedía algo más. Se unió a un grupo de mujeres con el mismo deseo de santidad y, siguiendo las enseñanzas de los Padres Dominicos, decidió intensificar su vida espiritual mediante la oración, la penitencia y las buenas obras. De esta forma pasó a formar parte de la Orden de Predicadores, considerándose una dominica más.

Servicio a los necesitados

Sin descuidar la educación de sus hijos, Zedíslava los acompañaba —y muchas veces los involucraba— en sus obras de caridad. Frecuentemente se les veía visitando hospitales para consolar y atender a los enfermos. En su casa, quien llamara en busca de ayuda encontraba siempre limosna, alimento o ropa. Además, ella misma recorría los hogares más humildes para llevar provisiones, especialmente cuando había enfermos.

Junto a su esposo fundó dos conventos dominicos cerca de la ciudad donde vivían, ampliando así su servicio a la Iglesia.

Muerte y reconocimiento como santa

Zedíslava murió a los 32 años, dejando una profunda huella de santidad entre el pueblo. Su fama creció con el tiempo: el Papa San Pío X la proclamó Beata, y más adelante, el Papa San Juan Pablo II la canonizó durante una visita a su patria, el 21 de mayo de 1995.


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