Santa Soledad Torres Acosta,
Virgen
- 11 de octubre
Santa Soledad Torres Acosta nació en Madrid, España, el 2 de diciembre de 1826. Fue la segunda de cinco hijos de Manuel Torres y Antonia Acosta. Su familia tenía una pequeña lechería, así que desde muy pequeña ayudó en casa: cuidaba a sus hermanos y acompañaba a sus padres a repartir leche por las calles. Desde su bautismo se llamó Manuela, pero al hacerse religiosa tomó el nombre de Soledad, inspirado en la Virgen María.
Un castigo que se volvió oración
Cuando era niña, Manuela recibió un castigo por empujar accidentalmente a su hermana Inocencia y tirarla de la silla. Su madre le mandó rezar tres avemarías, arrodillada y con los brazos en cruz. Sin embargo, ese acto de penitencia le encantó y decidió repetirlo todos los días. Con el tiempo, aumentó su oración dedicando siete avemarías a los siete dolores de la Virgen, una devoción que acompañaría toda su vida.

Buscando la voluntad de Dios
Durante su juventud sintió un fuerte deseo de entregarse completamente a Dios. Intentó ingresar con las dominicas, quienes la aceptaron, pero le pidieron esperar un tiempo antes de entrar. Manuela, confiada en la voluntad de Dios, aceptó la espera con serenidad. Fue entonces cuando conoció la misión de un sacerdote madrileño que buscaba jóvenes dispuestas a cuidar enfermos en sus hogares durante las noches. Manuela sintió que ese servicio era su llamado: cuidar, consolar y acompañar a los enfermos en momentos difíciles.
Nace una nueva congregación
El 15 de agosto de 1851, Manuela recibió el hábito religioso y se convirtió en Sierva de María, Ministra de los Enfermos. Así nació la congregación fundada por ella, ahora conocida como Madre Soledad. Con gran dedicación, se formó tanto en lo espiritual como en la atención sanitaria. Su ejemplo y entrega hicieron que fuera elegida Superiora General, guiando a la congregación con humildad, prudencia y un profundo amor al servicio.
Humildad en medio de pruebas
Tiempo después, llegó un nuevo director espiritual que la envió a una comunidad pequeña, lejos de la casa principal. Madre Soledad aceptó la decisión con paz y obediencia. Pero cuando la congregación pasó por momentos difíciles, la llamaron nuevamente para dirigirla. Gracias a su guía firme y llena de fe, la obra volvió a florecer y surgieron nuevas casas y misiones.
Una vida entregada hasta el final
El intenso trabajo y las responsabilidades desgastaron su salud. Finalmente, el 11 de octubre de 1887, Madre Soledad entregó su alma a Dios rodeada de sus hermanas Siervas de María, dejando un ejemplo inmenso de caridad, paciencia y amor cristiano.
Fue canonizada en 1970 por el Papa Pablo VI.
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