Santos Simeón y Ana
- 08 de octubre
Simeón y Ana son dos figuras super especiales en la historia de la fe. Después de los pastores y los Reyes Magos, ellos fueron los primeros en reconocer públicamente a Jesús como el Salvador, el Redentor prometido que venía a liberar a su pueblo del pecado y abrirnos las puertas del cielo.
Un momento importante en el templo
Según la ley judía, cuarenta días después del nacimiento, los padres debían presentar a sus hijos en el Templo de Jerusalén para ofrecerlos al Señor. Por eso, el 2 de febrero, María y José llevaron al Niño Jesús al templo. Lo que para muchos era un día más, se convirtió en un momento histórico.

Simeón, el anciano guiado por el Espíritu
Al entrar al templo, un anciano llamado Simeón —un hombre bueno y fiel, que oraba constantemente— sintió en su corazón que ese Niño era el Mesías prometido. El Espíritu Santo se lo reveló. Lleno de alegría, tomó al Niño en sus brazos y proclamó: «Gracias, Señor, porque me permites ver al Salvador. Ahora puedo irme en paz». Luego, con mirada llena de sabiduría, le dijo a María: «Este Niño será motivo de división: algunos lo amarán y otros lo rechazarán. Y a ti, María, ese dolor te atravesará el corazón como una espada».
Aunque en ese momento María y José no entendían del todo aquellas palabras, con el tiempo comprendieron cómo se iban cumpliendo.
Ana, la profetisa llena de fe
Poco después, se acercó Ana, una mujer anciana, buena y muy piadosa. Pasaba sus días en el templo, orando y ayudando. Había sido viuda desde joven y se había dedicado totalmente a Dios.
Al ver a Jesús, también lo reconoció como el Mesías. Su corazón se llenó de alegría y comenzó a hablar a todos sobre Él, anunciando que el Salvador había llegado.
Un mensaje para todos los tiempos
Los primeros días de Jesús estuvieron marcados por las palabras de estos dos ancianos llenos de fe.
- Simeón representa la antigua ley de Moisés, que encuentra su plenitud en Jesús.
- Ana representa a los profetas, que anunciaron al Mesías y, al tenerlo frente a ella, lo proclamó sin miedo.
Hoy sabemos que Simeón y Ana no se equivocaron. Son ejemplo para todos los creyentes: personas humildes, fieles y llenas de esperanza que reconocieron a Jesús y lo anunciaron con alegría.
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