Santa Isabel de Hungría,
Duquesa
- 17 de noviembre
Santa Isabel fue una gran mujer de familia real que destacó por dos virtudes increíbles: una fe profunda y un amor inmenso por los demás. Su vida fue como la de una verdadera heroína cristiana, entregada a Dios y al prójimo.
Infancia real
Isabel nació en Bratislava (Eslovaquia) en 1207. Era hija del rey Andrés II de Hungría y de la reina Gertrudis de Merano. Creció feliz, rodeada de cariño y educación de primer nivel, con maestras particulares que la prepararon para una vida importante.
Matrimonio y vocación de servicio
A los 14 años, se casó con el duque Luis IV de Turingia. Juntos tuvieron tres hijos, a quienes Isabel educó con gran dedicación para que fueran buenos cristianos. En 1225 llegaron los franciscanos a Turingia y ella quedó fascinada por su estilo de vida sencillo y entregado a Dios. Tanto así que decidió ser franciscana seglar, deseando imitar el espíritu de San Francisco.

Un dolor que se transformó en amor
Tras cuatro años de matrimonio, su esposo murió camino a Tierra Santa. A pesar del dolor, Isabel decidió consagrar su vida por completo a los pobres. Su familia no aceptó esta decisión, y al no permitirle servir como quería, ella dejó el palacio y se mudó a Marburgo (Alemania).
Servir hasta el último aliento
En Marburgo construyó un hospital para pobres y peregrinos, y ella misma cuidaba a los enfermos, especialmente a los más necesitados.
Rezaba mucho, vestía humildemente y, cuando ya no tenía dinero para ayudar, vendió sus joyas y ropa fina para seguir atendiendo a quienes sufrían.
Un final santo y ejemplar
Santa Isabel murió muy joven, a los 24 años, el 17 de noviembre de 1231, probablemente por una enfermedad contraída cuidando enfermos. Quienes la conocieron afirmaron que había muerto una verdadera madre para los pobres. Su fama de santidad fue tan grande que en 1235 fue canonizada, solo cuatro años después de su muerte.
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