San Josafat,
Obispo y Mártir
- 12 de noviembre
Quizá no sea sencillo entender cómo este santo llegó a ser tan grande, pero vale totalmente la pena conocer su historia para admirarlo y quererlo. Su vida nos muestra lo que significa amar profundamente a la Iglesia y buscar la unidad entre los cristianos.
Una época de divisiones
Nació en Polonia en un tiempo complicado, cuando varias comunidades cristianas buscaban tener más seguidores que las demás:
- La Iglesia ortodoxa, obediente al patriarca de Moscú
- La Iglesia rutera, recientemente unida a Roma
- Y la Iglesia católica, obediente al Papa
En medio de estas diferencias creció Juan Kuncewicz, nacido en 1580 en la ciudad de Vladímir, dentro de una familia ortodoxa.
Un corazón que buscaba la unidad
Desde joven, Juan sintió en su corazón que la Iglesia fundada por Jesús debía ser una sola. Tras estudiar y reflexionar, decidió unirse a la Iglesia católica, convencido de que era la que permanecía más fielmente unida en todo el mundo. Su sueño: que todos sus paisanos descubrieran esa misma unidad y fe.

Monje, sacerdote y defensor incansable de la fe
Para servir mejor a esta misión, ingresó en 1604 a la Orden de San Basilio. Al ordenarse sacerdote, tomó el nombre de Josafat. Predicó con pasión, escribió libros y dedicó su vida a anunciar la importancia de que todos los cristianos estuvieran unidos en una sola fe.
Pastor valiente en tiempos difíciles
Con el tiempo, fue elegido superior de su monasterio y después obispo auxiliar de Polotsk, llegando en 1617 a ser arzobispo. Desde ahí, siguió predicando, enseñando y escribiendo para promover la unidad en Cristo, sin importar críticas ni riesgos.
El precio de la unidad: martirio
Su misión generó rechazo en algunos que lo acusaban de haber abandonado su fe original. La oposición fue tan fuerte que decidieron matarlo para silenciarlo. El 12 de noviembre de 1623, cuando regresaba de la catedral, fue atacado brutalmente. Él, con corazón cristiano, perdonó a sus agresores antes de morir.
Un testimonio que vive para siempre
San Josafat fue proclamado santo en 1867 por el Papa Beato Pío IX. Sus restos reposan en la Basílica de San Pedro, bajo el altar de San Basilio. Se le recuerda como el gran apóstol y mártir de la unidad de los cristianos, un hombre que dio su vida por hacer realidad la oración de Jesús: “Que todos sean uno”.
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