San Alfonso Rodríguez,
Religioso
- 31 de octubre
San Alfonso Rodríguez nació en Segovia, España, el 25 de julio de 1533. Desde joven recibió una formación cristiana y estudió en un colegio jesuita en Alcalá. Sin embargo, tuvo que dejar los estudios para ayudar a su familia en el próspero negocio de tejidos.
Con 27 años se casó, y por un tiempo disfrutó de una vida familiar llena de bendiciones, con esposa, hijos y una situación económica estable. Pero en 1567 su vida dio un giro doloroso: primero falleció su esposa y, poco después, también sus hijos. Afligido y sin interés por lo material, descuidó el negocio hasta endeudarse. Intentó retomar los estudios universitarios, pero finalmente entendió que su corazón tenía otra sed: la de Dios. Desde entonces se dedicó a la oración y a la lectura espiritual.
Un nuevo camino de entrega
El 31 de enero de 1571 Alfonso ingresó como Hermano coadjutor en la Compañía de Jesús. Tras completar su noviciado, fue enviado al Colegio de Monte Sion en Palma de Mallorca, donde permaneció hasta su muerte el 30 de octubre de 1617.
Su misión fue sencilla pero inmensa: servir como portero del colegio. Allí, con paciencia, alegría y profunda caridad, recibía a todos con una palabra amable y un corazón dispuesto. Su humildad y cercanía lo convirtieron en un verdadero faro espiritual para quienes acudían a él buscando consuelo e inspiración.

Santidad que atrae y transforma
La vida de Alfonso estuvo marcada por dones espirituales extraordinarios: visiones, milagros y una sabiduría profunda que Dios regaló a su alma fiel. Su humildad y santidad inspiraron a muchos, incluido san Pedro Claver, quien fue su discípulo y recibiría de él una profecía sobre su futura misión apostólica.
En 1888, Alfonso Rodríguez fue canonizado junto a san Juan Berchmans. Su amor a la Virgen María fue tan grande que solía rezar el Santo Rosario con profunda devoción, y la tradición cuenta que recibió especiales consuelos y gracias de la Madre de Dios.
Legado espiritual
Entre sus escritos destaca su obra «Memorias autobiográficas», redactada por obediencia entre 1604 y 1616, junto con reflexiones de carácter espiritual llenas de sabiduría divina y fruto de una vida de oración y entrega total.
Cada 31 de octubre la Iglesia celebra su memoria, recordando a este humilde hermano jesuita que, desde la sencillez del servicio diario, alcanzó las alturas de la santidad.
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