Nuestra Señora de Dolores,
Advocación mariana
- 15 de septiembre
Antes de la Pasión de Jesús, la Virgen ya había vivido momentos de gran dolor. Aunque se alegró al dar a luz en Belén, también sufrió al ver la pobreza en la que nació su Hijo. Más tarde, su corazón se angustió profundamente cuando perdió al Niño Jesús en el templo de Jerusalén durante tres días. También experimentó pena cuando Él se despidió de ella para comenzar a predicar el Evangelio.
Junto a la cruz de su Hijo
En el momento más difícil, cuando casi todos los apóstoles huyeron por miedo, María permaneció fiel, de pie junto a la cruz. Cada sufrimiento de Jesús atravesaba el corazón de su Madre. Ella compartía el dolor de su Hijo con la valentía y el amor de una madre que no abandona.

Un sufrimiento ofrecido a Dios
María sabía que todo lo que vivía Jesús era parte del plan de salvación. Por eso, unió su propio dolor al de su Hijo, ofreciéndolo a Dios para el bien de toda la humanidad. Su amor y su entrega se convirtieron en una colaboración única en la obra de la redención.
Madre cercana y amorosa
Hoy damos gracias a María por su fidelidad y por el amor con que acompañó a Jesús en su Pasión. Su sufrimiento no fue en vano: de él brota para nosotros la certeza de que tenemos una Madre en el cielo que nos ama con el mismo amor con que amó a su Hijo.
Un gesto sencillo de gratitud
Para agradecerle, podemos rezar con confianza un Ave María, sabiendo que cada palabra es un abrazo a nuestra Madre, que nunca deja de cuidarnos y acompañarnos.
Bibliografía
Requena, Miguel Ángel (2009). Los santos, un amigo para cada día. Editorial EDIBESA.
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