¡Oh, adolescente Domingo Savio!, cándida azucena, que defendiste la blancura de tu alma con el cumplimiento de tus obligaciones hasta la perfección.
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Alcánzame de María Auxiliadora tu gran pureza de conciencia, ayúdame a dominar y despreciar las miserias morales del mundo, prefiriendo morir antes que pecar, huyendo de las vanidades que llevan a la impureza, imitando tus ejemplos, para que merezca comprender las divinas promesas que prometen la visión de Dios a los corazones limpios. Amén.
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