San Policarpo de Esmirna,
Obispo y Mártir
- 23 de febrero
San Policarpo, obispo de Esmirna, tuvo el privilegio de conocer de cerca al apóstol Juan y a otros que vieron a Jesús. Fue instruido directamente por testigos oculares, lo que lo convierte en un increíble eslabón con la vida de los apóstoles. En sus escritos, Policarpo siempre se presenta como un defensor de la tradición y de la coherencia con las Escrituras. Sus cartas, como la que le escribió a los cristianos de Filipos, demuestran su cercanía con las primeras comunidades cristianas y con líderes como San Ignacio de Antioquía.
Humildad y Valentía en un Mismo Corazón
A diferencia de otros santos de su época, Policarpo era un hombre de gobierno, no un escritor o pensador como San Ignacio. No buscaba el martirio, sino que, por su humildad, prefería mantenerse oculto. Era un hombre mayor y confiaba poco en sus propias fuerzas. Sin embargo, cuando lo encontraron en un granero y lo llevaron a la ciudad, demostró una valentía serena y admirable.

El Diálogo que Cambió su Destino
La historia de su martirio, que ocurrió el 23 de febrero del año 155, nos llega a través de un documento muy especial: una carta de la Iglesia de Esmirna a otras comunidades. En este relato conmovedor, el procónsul Stazio Quadrato le insiste en que reniegue de su fe. Pero Policarpo, con una calma impresionante, le responde: «Desde hace 86 años lo sirvo y nunca me ha hecho ningún mal: ¿cómo podría blasfemar de mi Rey que me ha redimido?». Ante la amenaza de ser quemado vivo, el santo respondió sin dudar: «El fuego con que me amenazas quema por un momento, después pasa; yo en cambio temo el fuego eterno de la condenación».
Un Martirio que Inspira
Mientras era quemado en el anfiteatro de Esmirna, la carta describe que su cuerpo no se consumía como carne, sino que se «cocinaba como un pan». En medio del fuego, Policarpo elevó al Señor una oración breve pero poderosa: «Bendito seas siempre, oh, Señor; que tu nombre adorable sea glorificado por todos los siglos…». Después de su muerte, los fieles recogieron sus huesos como si fueran «oro y piedras preciosas». Su martirio no solo fue un acto de fe, sino también un ejemplo eterno de que el amor a Dios puede superar cualquier obstáculo.
Bibliografía
Requena, Miguel Ángel (2009). Los santos, un amigo para cada día. Editorial EDIBESA.
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