Aparición de Mamá Margarita.

Año 1860.

Mi mamá Margarita había muerto el 25 de noviembre de 1856. Pero en el mes de agosto de 1860 soñé que vinieron cerca del Santuario de la Consolata me encontraba por el camino con ella. El aspecto de mi madre era bellísimo. Y yo admirado le pregunté:

– Pero ¿cómo, tú aquí? ¿No está muerta?
– He muerto, pero sigo estando viva – me respondió.
– ¿Y estás feliz?
– Totalmente feliz. Felicísima.

Le pregunté si había ido al paraíso inmediatamente después de su muerte, y me respondió que no. Luego le pregunté si en el paraíso estaban algunos de mis mejores alumnos que habían muerto. Le dije los nombres y me dijo que sí estaban allá. Luego le pregunté:

– ¿Me podrá explicar qué es lo que se goza en el paraíso?
– Aunque te lo dijera, no lo podrías comprender – me respondió.
– Pero ¿no me podría dar, aunque fuera una pequeñita muestra de lo que allá se goza, se ve o se oye?

Y en ese momento vi a mi madre totalmente resplandeciente, adornada con una lujosísima vestidura, con un rostro de maravillosa majestad y belleza, y acompañada de un numeroso coro que cantaba solemnemente. Y ella empezó a cantar un himno de amor a Dios, un canto de una dulzura que nadie logra explicar, un canto tan bello que llenaba de gozo y de dicha el corazón, y que elevaba la mente hacia las alturas celestiales. Parecía que fuera un coro de millones y millones de voces, a cuál más de hermosas y armónicas, desde las voces más graves y profundas, hasta las más elevadas y agudas. Y una incontable variedad de modulaciones, tonalidades y vibraciones, unas fuertes, otras suaves, combinadas con el arte más exquisito y con una delicadeza tal que formaban un conjunto maravilloso.

Al oír aquellas finísimas melodías quedé tan emocionado que me parecía estar fuera de este mundo y no fui capaz de decir nada ni de preguntar ninguna otra cosa más a mi madre.

Cuando hubo terminado el canto, mamá Margarita se volvió hacia mí y me dijo: “Te espero en el cielo, porque nosotros dos debemos estar siempre cerca el uno del otro”. Dichas estas palabras, desapareció.

Nota.

Mamá Margarita ejerció una influencia importantísima en la vida de san Juan Bosco. El quedó huérfano de padre a los dos años y medio, y la educación se la dio su santa madre, formidable mujer que, aunque analfabeta, poseía una dotes maravillosas para educar. Cuando ya su hijo fue sacerdote, se fue con él a Turín y allí junto a su hijo pasó los últimos diez años de su vida, haciendo de madre amorosa para esos centenares de huerfanitos abandonados, que Don Bosco iba recogiendo para educarlos y librarlos de peligros materiales y espirituales. Los muchachos de Don Bosco la llamaban cariñosamente: “Mamá Margarita”, y así la llaman los salesianos de todo el mundo.


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