Una carta sobre los castigos.

Mis queridos hijos.

A menudo, y de distintas partes, me llegan, ora preguntas, ora fervientes súplicas, con el fin de que me decida a dictar reglas a los directores, a los prefectos y a los maestros que les sirvan de norma en los casos desagradables en que fuera menester imponer algún castigo en nuestras casas. De sobra os dais cuenta de los tiempos en que vivimos, y con qué facilidad la más mínima imprudencia puede acarrearnos gravísimas consecuencias.

Aunque la humana naturaleza, demasiado inclinada al mal, tenga. a veces, necesidad de ser espoleada con la severidad, paréceme bien proponeros algunos medios, los cuales, con la ayuda de Dios, espero os han de llevar a metas consoladoras. Ante todo, si queremos presentarnos como amigos del auténtico bien de nuestros alumnos, si queremos obligarles al cumplimiento de sus deberes, no olvidemos nunca que representamos a los padres de esta amada juventud, que fue siempre tierno objeto de mis desvelos y afanes, de mi sacerdotal ministerio y de nuestra Congregación salesiana. Si, pues, habéis de ser verdaderos padres de vuestros alumnos, es preciso que tengáis corazón de padres y jamás uséis la reprensión y el castigo sin razón, sin justicia, sino solamente como quien tiene que resignarse a ello por necesidad y para cumplir un doloroso deber.

1. NO CASTIGUÉIS NUNCA SINO DESPUÉS DE HABER AGOTADO OTROS MEDIOS

¡Cuántas veces, mis queridos hijos, en mi larga carrera, he tenido que convencerme de esta gran verdad! 

Recomiendo encarecidamente a todos los educadores que empleen antes que nada la corrección fraterna con sus hijos, haciéndola en privado. Jamás se reprenda en público, directamente; a no ser que se trate de impedir el escándalo o de repararlo, si por desgracia se hubiese dado. Sed perseverantes y amables y veréis cómo Dios os hará dueños hasta de los corazones menos dóciles.

2. ESCOGER PARA CORREGIR EL MOMENTO OPORTUNO

Yo os digo que, sobreviniendo una de estas situaciones dolorosas, se precisa gran prudencia en saber escoger el momento en que la reprensión sea saludable. No castiguéis a un muchacho en el mismo momento de haber cometido su falta, no sea que, no estando aún dispuesto a confesar su culpa, ni a sofocar la pasión ni a percatarse de la importancia del castigo, se cierre herméticamente con consecuencias a menudo graves. Es necesario darle tiempo para reflexionar, para entrar dentro de sí a calibrar su yerro, y para que sienta la necesidad o la justicia del castigo y, de esta manera, se ponga en disposición de sacar algún provecho.

3. EVITAD TODO ASOMO DE PASIÓN

Tratemos de suscitar en nosotros, en el momento de la falta, compasión y esperanza para el porvenir Y entonces sí que seremos auténticos padres y corregiremos verdadera y eficazmente.

En circunstancias más graves es más eficaz una oración al Señor, un acto de humildad ante él, que una tempestad de palabras, las cuales, si por un lado dañan al que las profiere, por otro no reportan ninguna ventaja al que las recibe. Si nos lamentamos a menudo de que es estéril nuestra actividad y no cosechamos sino cardos y espinas, creédmelo, amados de mi alma: hemos de atribuirlo al defectuoso sistema de disciplina.

4. COMPORTAOS DE TAL MODO QUE EL CULPABLE ABRIGUE ESPERANZAS DE PERDON

Es menester evitar la ansiedad y los temores suscitados por la corrección, y añadir unas palabras de consuelo. El jovencito, igualmente, quiere estar persuadido de que su superior acepta fundadas esperanzas de su enmienda y sentirse otra vez llevado de su mano por el camino de la virtud. Más se consigue con una mirada caritativa y con palabras alentadoras, que ensanchan el corazón, que con una lluvia de reproches que inquietan y reprimen su vitalidad.

5. SOBRE LOS CASTIGOS QUE PUEDEN EMPLEARSE Y A QUIÉN COMPETE SU EMPLEO

Tengamos presente que la fuerza bruta castiga el vicio, pero no cura al vicioso. No se cultiva una planta con ásperos cuidados, como tampoco se educa la voluntad gravándola con un pesado yugo. He aquí algunos castigos que yo querría fueran los únicos que se empleasen entre nosotros. Uno de los medios más eficaces de reprensión moral consiste en una mirada de disgusto, severa y triste del superior, que dé a entender al culpable, a poco corazón que tenga, que cayó en desgracia; esto le moverá, ciertamente, al arrepentimiento y a la enmienda. Nunca, empero, le dirijáis expresiones humillantes; inspiradle confianza, mostrándoos prontos a olvidarlo todo apenas dé señales de mejor conducta.

En las faltas más graves se puede acudir a los siguientes castigos: poner de pie en su sitio o en mesa aparte, comer derecho en la mitad del comedor y, si llegase el caso, a la puerta del comedor. Pero, en todos estos casos, ha de servírsele al castigado la misma comida que a sus compañeros. Castigo grave es privar de recreo, más nunca se ha de poner al sol o a la intemperie, de suerte que sufra daño alguno.

Trabajemos por hacernos amables. Inculquemos denodadamente el sentimiento del deber, del santo temor de Dios, y veremos abrirse con admirable facilidad las puertas de miles de corazones, que se nos asociarán para cantar de consuno las alabanzas y las bendiciones de aquel a quien plugo ser nuestro modelo, nuestro camino y nuestro dechado, en todo, pero singularmente en la educación de la juventud.

Rezad por mí y creedme siempre, en el sagrado Corazón de Jesús, afectísimo padre y amigo.

Juan Bosco, Pbro.

Turín, fiesta de San Francisco de Sales, 29 de enero de 1883.


Descubre más desde Parroquia El Espíritu Santo

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.