Don Bosco escribe la primera biografía de Domingo Savio.

Don Bosco quedó muy impresionado por la santidad que pudo apreciar en Domingo Savio durante toda su estadía en el Oratorio. Luego de que Domingo muriera, Don Bosco comenzó a recopilar diferentes testimonios de personas que conocieron al joven Savio, su familia, amigos, maestros, entre otros; escribió cientos de cartas para conocer más detalles de la vida del joven santo.

Habían pasado dos años de la partida de Savio, cuando Don Bosco publicó la primera biografía del joven resaltando los aspectos más admirables de Domingo, esas pequeñas semillas de santidad que comenzó a sembrar desde muy pequeño; respaldando cada una de ellas con los testimonios recopilados.

Esta biografía, que llevaba un grabado con el retrato del santo jovencito, dibujado por Carlos Tomatis e impreso por el litógrafo Hummel, exponía las pruebas de una verdad consoladora. Domingo Savio había sido para el Oratorio un acontecimiento, puesto que, si la belleza y fragancia de una flor demuestra la buena calidad de la tierra que le da vida, si la belleza y suavidad de un fruto descubre la bondad del árbol que lo lleva, bien puede afirmarse que la santidad de Domingo Savio es una prueba indudable de la bondad de la institución del Oratorio, que le sirvió de escala para subir a tan alta perfección.

Aquel mes de enero aparecía el número de las Lecturas Católicas con la Vida del jovencito Domingo Savio, alumno del Oratorio de San Francisco de Sales, por el sacerdote Juan Bosco. La dedicaba a sus hijos con el siguiente prólogo.

Muy queridos jóvenes:

Más de una vez me habéis pedido que os escriba algo acerca de vuestro compañero Domingo Savio; y, haciendo todo lo posible para satisfacer vuestro deseo, os presento ahora su vida, escrita con la brevedad y sencillez que son de vuestro agrado.

Dos obstáculos se oponían a que publicase esta obrita; en primer lugar, la crítica a que naturalmente está expuesto quien escribe ciertas cosas que se relacionan con personas que viven todavía. Este inconveniente creo haberlo superado concretándome a narrar solamente aquello de lo que vosotros y yo hemos sido testigos oculares, que conservo escrito casi todo y firmado por vuestra misma mano.

Es el otro obstáculo, tener que hablar más de una vez de mí mismo, porque, habiendo vivido dicho joven cerca de tres años en esta casa, me veré muchas veces en la necesidad de referir hechos en los que he tomado parte. Creo haberlo vencido también ateniéndome al deber del historiador, que es el de exponer la verdad de los hechos, sin reparar en las personas. Con todo, si notáis que alguna vez hablo de mí mismo con cierta complacencia, atribuidlo al gran afecto que tenía a vuestro difunto compañero y al que os tengo a vosotros; afecto que me mueve a manifestaros hasta lo más íntimo de mi corazón, como lo haría un padre con sus queridos hijos.

Alguno de vosotros preguntará por qué he escrito la vida de Domingo Savio y no la de otros jóvenes que vivieron entre nosotros con fama de acendrada virtud. A la verdad, queridos míos, la divina providencia se dignó mandarnos algunos que han sido dechados de virtud, tales como Gabriel Fascio, Luis Rúa, Camilo Gavio, Juan Massaglia y otros; pero sus hechos no fueron tan notables como los de Savio, cuyo tenor de vida fue claramente maravilloso.

Por otra parte, si Dios me da salud y gracia, es mi intención recoger por escrito las acciones de estos compañeros vuestros para satisfacer vuestros deseos y los míos, al presentároslas para leer e imitar en lo que es compatible con vuestro estado.

Aprovechad las enseñanzas de cuanto os iré narrando y repetid en vuestro corazón lo que san Agustín decía: “Si él sí, ¿por qué yo no? Si un compañero mío de mi misma edad, en el mismo lugar, expuesto a semejantes y quizás mayores peligros que yo, supo ser fiel discípulo de Cristo, ¿por qué no podré yo conseguir otro tanto?”. Pero acordaos de que la verdadera religión no consiste sólo en palabras; es menester pasar a las obras. Por lo tanto, hallando cosas dignas de admiración, no os contentéis con decir: “¡Bravo! ¡Me gusta!”. Decid más bien: “Voy a empeñarme en hacer lo que leo de otros y que tanto excita mi admiración y tanto me maravilla”.

Que Dios os dé a vosotros y a cuantos leyeren este librito salud y gracia para sacar gran provecho de él; y la Santísima Virgen, de la cual fue Domingo Savio ferviente devoto, nos alcance que podamos formar un solo corazón y un alma sola para amar a nuestro Creador, que es el único digno de ser amado sobre todas las cosas y fielmente servido todos los días de nuestra vida.


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