San Antonio,
Abad
- 17 de enero
San Antonio nació en Egipto hacia el año 250 y murió en el 356. Tras la muerte de sus padres, entregó todos sus bienes a los pobres, cumpliendo al pie de la letra las palabras de Jesús: «Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes…». Después de este gesto radical, se retiró al desierto, donde vivió en penitencia durante casi ochenta años, convirtiéndose en el gran referente del monaquismo cristiano.
Vida en el desierto
El «desierto», entendido en sentido real y espiritual, es un estilo de vida marcado por la austeridad, el sacrificio y la soledad. San Antonio no inventó este camino, pero sí fue su ejemplo más insigne e inspirador.
Aunque nunca escribió una regla ni fundó formalmente una comunidad, su testimonio atrajo a muchos hombres y mujeres que querían seguir a Cristo con radicalidad. Por eso se le considera el modelo del monje cristiano.

Su fama y su influencia
A pesar de la falta de medios de comunicación, la fama de San Antonio se extendió rápidamente. Desde todo Oriente acudían a él monjes, peregrinos, sacerdotes, obispos, enfermos y necesitados en busca de consejo y ayuda.
Incluso el emperador Constantino y sus hijos mantuvieron contacto con el santo eremita. Amaba la soledad, pero nunca dejó de ser un cristiano comprometido: dos veces viajó a Alejandría, una para alentar a los cristianos perseguidos por Maximino y otra por invitación de San Atanasio, para defender la fe del Concilio de Nicea (325).
Pruebas y tentaciones
San Antonio enfrentó intensos combates espirituales. En el desierto fue atacado por el maligno, que se le aparecía bajo formas angelicales, humanas o incluso bestiales. Sin embargo, su fe firme lo sostuvo, convirtiéndolo en un ejemplo de resistencia y confianza en Dios.
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