Cada día una intención diferente

Domingo estaba convencido de que en la Sagrada Hostia está el Cuerpo de Jesucristo con su sangre, su alma y su divinidad, y algunas veces decía a sus compañeros: “¿Qué más me falta para ser feliz? Ya he recibido en mi corazón al mismo Dios, a Jesús en persona. Ya lo único que me falta es verlo personalmente en el cielo”. Éste y otros pensamientos parecidos lo llenaban de felicidad.

De la Sagrada Comunión provenían aquella alegría, aquel gozo que lo acompañaba en todas sus acciones y palabras. Durante el día recordaba varias veces que había recibido a Jesucristo y que lo llevaba en su corazón, y se decía: “Tengo que portarme como uno que ha recibido a Nuestro Señor. Mi conducta debe decirle a los demás no con palabras sino con buenos ejemplos: He recibido a Jesús. Llevo a Cristo en mi corazón”.

Era para él una delicia pasar un rato ante el Sagrario adorando la Sagrada Hostia en el templo. Nunca dejaba un día sin hacer una visita al Santísimo en la iglesia, y casi siempre iba acompañado de otros jóvenes a los cuales había invitado a ofrecer este acto de gratitud a Nuestro Señor.

Para comulgar con mayor fervor, se proponía cada día una intención especial, y por esa intención ofrecía su misa y su comunión.

Así, por ejemplo, el lunes ofrecía la comunión por todos los que le habían hecho favores materiales o espirituales. El miércoles comulgaba por la conversión de los pecadores. El jueves por las benditas almas. El sábado ofrecía la Sagrada Comunión a la Virgen María para pedirle protección en vida y en la hora de la muerte.


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