El sermón que más lo impresionó.

Hacía ya seis meses que Domingo estaba en el Oratorio. Un día Don Bosco les hizo un sermón a los jóvenes acerca de este tema: “Dios quiere que cada joven sea santo. Ser santo no es imposible para un joven. Hay medios muy fáciles para hacerse santo. Dios tiene inmensos premios para el joven que se dedique a ser santo”. Y les explicó que ser santo no es hacer milagros, o no tener defectos.

Los que ahora son santos ― explicó con Don Bosco ― y los veneramos en los altares también tenían mal genio, pereza, envidia y tentaciones como nosotros, pero se esforzaron por vencer sus defectos y lo lograron. El mejor modo de hacerse santo es cumplir cada día con la mayor exactitud los deberes de su oficio; ofrecerle a Dios todo lo que se hace y todo lo que se sufre, y tratar a los demás como cada uno quiere que lo traten a él. Quien lee vidas de santos se entusiasma mucho por la santidad y aprende caminos muy fáciles para llegar a ser santo también él.

Aquel sermón fue para Domingo como una chispa en un barril de pólvora: hizo despertar todos sus deseos de ser santo. Su corazón se llenó de un inmenso anhelo de conseguir la santidad. Pero empezaron a verlo más callado que de costumbre y sumamente serio; parecía preocupado.

Después de verlo algunos días así, Don Bosco, creyendo que se encontraba mal de salud se acerca a él.

― ¿Sufres de algún mal Domingo?

― No Padre, lo que estoy sufriendo es un bien.

― ¿Cómo así?

― Si Padre. Quiero decirle que desde su sermón de hace unos días acerca del gran deseo que Dios tiene de que seamos santos, y de la facilidad de llegar a conseguir la santidad, he sentido un deseo inmenso, una necesidad total de hacerme santo. Yo no creía que uno de joven podía llegar a ser santo. Me imaginaba que para serlo tenía que irse a un convento o ser ya muy viejito. Pero ahora que comprendí que se puede ser santo en cualquier edad y en cualquier oficio, he quedado tan emocionado que ya no siento sino una sola preocupación: ser santo. Mi única tristeza sería no serlo.

Don Bosco alabó su buen deseo, pero le insistió también que para ser santo hay que ser muy alegre. Un santo triste es un triste santo; a Dios hay que darle el gusto de vernos siempre muy alegres pues donde hay tristeza puede estar el demonio, pero donde está Dios hay siempre alegría.


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