La pelea separada.

Domingo estaba en primero de bachillerato. Dos compañeros empezaron a insultar cada uno a la familia del otro. Se desafiaron para ir al campo de pelea. Domingo deseaba separar la pelea, pero los dos eran mayores que él, y de más fuerza.

Habló con cada uno para convencerlos de que el cristiano no se venga de nadie, sino que perdona como Cristo en la cruz. Pero ninguno le hizo caso. Entonces le pidió a Dios que le iluminara algún medio para poder evitar esa riña, y Dios le inspiró el medio de conseguirlo.

Cuando los dos contendientes estaban ya en el campo, listos para lanzarse piedras, Domingo se colocó en medio de ellos.

Antes de lanzarse pedradas el uno al otro, me tienen que lanzar una pedrada a mí.

No. A ti no te haremos daño ― respondió uno.

Yo contra ti no tengo nada. Antes bien, si alguno tratara de ofenderte, yo te defendería ― respondió el otro.

¿Cómo? ¿cómo? ― respondió Domingo ― a mí no me quieren disgustar, pero a nuestro Señor, que tanto los ama, si lo van a disgustar? Entonces antes de empezar la pelea digan: ‘Cristo murió perdonando a los que lo crucificaban, y yo pobre pecador, no quiero perdonar al compañero que me ofende’ ― y dicho esto, calló conservando un Cristo en su mano, que tenía levantada en alto.

Ante aquel espectáculo de caridad y valentía, los compañeros quedaron convencidos. Uno de ellos decía después: “En aquel momento me sentí conmovido; un escalofrío recorrió mi cuerpo y me sentí lleno de vergüenza por haber obligado a tan buen amigo a usar medios tan extremos para evitar nuestra pelea. Los dos soltamos las piedras. En presencia de Domingo nos dimos la mano, y yo le pedí que me llevara donde algún buen sacerdote amigo suyo, para confesarme y así quedar otra vez amigo de Dios, a quien había ofendido tan gravemente queriéndome vengar de un compañero”.


Descubre más desde Parroquia El Espíritu Santo

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.