Los sacrificios del pequeño Juan Bosco.

Por más que no midiese ni siquiera el metro de altura, ni hubiese cumplido seis años todavía, Juan ya era capaz de hacerse cargo de la vaca y de llevarla a pastar temprano al prado que les dejó su padre. Allí se encontraba, casi infaliblemente, a Segundo Matta, no más mozo que él.

En cuanto el sol se elevaba un poco sobre el horizonte, sin tener paciencia para esperar más tiempo, sacaba cada uno su pedazo de pan áspero y negro; el de Juanito, sabrosísimo y blanco, como amasado por Mamá Margarita. Un día Juanito, sin más, propuso el cambio. Se lo estuvieron cambiando un largo tiempo.


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