Un muchacho que habla con Dios

Diciembre de 1855.

Las calles de Turín ya están cubiertas de nieve. Es de noche. En las calles, las lámparas de petróleo se enciende. Don Bosco, como cada tarde, está sentado en su oficina ante un montón de letras que esperan una respuesta y le retendrán hasta la medianoche. Alguien golpea suavemente la puerta.

― ¡Entra! ¿Quién es?

― Soy yo ― responde un muchacho bastante pálido, adelantándose.

― ¡Oh, Domingo! ¿Necesitas algo?

― Venga deprisa conmigo. Hay una acción buena que hacer.

― ¿Ahora? ¿De noche? ¿Dónde quieres que vaya?

― ¡Deprisa, Don Bosco! ¡Venga deprisa!

Don Bosco vacila. Pero mirando a Domingo, un muchacho de catorce años observa que su rostro normalmente sonriente está muy serio. Habla de un modo decidido, como si diera una orden.

Don Bosco se levanta, toma el sombrero y sigue a Domingo. Baja con rapidez la escalera, sale al patrio, inicia decididamente la calle, después gira hacia una segunda y hacia una tercera calle.

Continúa sin decir una palabra. En este seguir de calles y callejuelas oscuras se dirige como guiado por un radar. A lo largo del camino pasan muchas puertas. Domingo se para delante de una de ellas; no ha leído el número, no ha mirado a su alrededor para orientarse. Sube con paso decidido la escalera.

Don Bosco le sigue. Primer piso, segundo piso, tercer piso. Domingo se para y tira de la campanilla. Antes de que llegue alguien a abrir, se vuelve hacia Don Bosco y dice:

― Es aquí donde ha de entrar.

Sin añadir nada, baja y vuelve a casa.

La puerta se abre: una mujer despeinada aparece. Viendo al sacerdote, levanta el brazo hacia el cielo.

― ¡Es el Señor que lo envía! Venga deprisa, de otro modo será demasiado tarde. Mi marido ha perdido la fe hace muchos años. Ahora está moribundo y pide confesarse.

Don Bosco se dirige hacia la cama del enfermo y encuentra a un pobre hombre asustado, al borde de la desesperación. Le confiesa y le da el perdón de Dios. Algunos minutos después, muere. Don Bosco está muy impresionado por lo vivido. ¿Cómo ha podido conocer Domingo a este enfermo?

― Domingo, la tarde que has venido a buscarme a la oficina, ¿quién te había hablado de este enfermo? ¿Cómo has hecho para saberlo?

Con sorpresa de Don Bosco, Domingo le mira con aire triste y se echa a llorar, Don Bosco no se atrevió a hacerle más preguntas, pero comprendió, desde ese día, que tenía en su casa a un muchacho que hablaba con Dios.


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