Un domingo Carlos Buzzetti (uno de los primerísimos muchachos de Don Bosco con Bartolomé Garelli) llega al Oratorio acompañado de su hermanito más pequeño. Se llama José y acaba de llegar de Caronno Varesino, su pueblo. Es un muchachito pálido, muy asustado.
– Don Bosco, este es mi hermano José. Sólo tiene diez años.
– Soy amigo de tu hermano, y lo seré también tuyo – le dice sonriendo Don Bosco – ¿Dónde trabajarás?
– Con Carlos. Pero tengo miedo del patrono.
José se encariña con Don Bosco como un cachorrillo. No se cansará nunca de él. Aquella primera tarde, antes de dejar el Oratorio, le dice:
– Don Bosco, no me deje solo. Vaya a verme.
Don Bosco va a aquella obra al día siguiente. El jefe de obras le pregunta qué quiere.
– Estoy encargado por la familia Buzzetti de asistir a sus hijos los domingos y durante la semana. José, el más pequeño, ha llegado apenas ayer. ¿Dónde están?
Carlos y José han oído la voz de Don Bosco y le llaman:
– ¡Estamos aquí!
Don Bosco trepa por los andamios. Verlo, hablarle, es un momento de fiesta.
José se lamenta:
– El cubo de cal es demasiado pesado para mí, y el día es largo.
– Ven conmigo. Vamos a hablar con el patrono.
Don Bosco explica a aquel hombre duro, pero no malo, que él está dispuesto a garantizar la buena conducta y el empeño de aquellos muchachos. Pero el jefe debe medir la fatiga según la edad de estos:
– ¡Este es todavía un niño! ¿Cómo se le puede cargar con un cubo de cal en sus hombros?
Don Bosco comienza así, con gestos concretos, a salvar a los jóvenes que logra visitar. Alguno le manifiesta la necesidad de aprender a leer y escribir, a hacer las cuatro operaciones. Y él encuentra las horas o las personas adecuadas para darles clase.
En los momentos más difíciles, alguno le confiesa ruborizado que tiene necesidad de dinero, y Don Bosco vuelca su bolsillo en sus manos. Una de las frases que Don Bosco dice es:
– Te quiero tanto que, si un día tuviese sólo un trozo de pan, lo compartiría contigo.
Una de sus preocupaciones para que sean un poco felices es lograr que se encuentren con Dios.
A lo largo de la semana, y especialmente los días de fiesta, su confesionario está rodeado de los muchachos que quieren obtener el perdón del Señor. En su Misa muchos reciben la Comunión.
Cuando hablan en el patio (o cuando se disgregan en los paseos por los alrededores de Turín), Don Bosco pasa con facilidad de los chascarrillos a las noticias curiosas, a hablar de Dios, con naturalidad.
Mira a los muchachos y les dice:
– ¡Qué gusto cuando estemos todos en el Paraíso! ¡Qué fiesta haremos!

Pista de reflexión
Los limpiachimeneas eran despreciados, robados por otros obreros, porque eran pequeños, frágiles, no sabían hablar bien la lengua del lugar donde vivían.
Los pequeños, los débiles, encuentran siempre a alguno que los desprecia, los explota. Es preciso ser muy bellacos para hacer daño a quien no sabe defenderse. Jesús se puso de parte de los débiles y de los pequeños diciendo: «Lo que le hayáis hecho a ellos, lo habréis hecho a mí».
Tú, ¿cómo tratas a los que son más pequeños que tú?, ¿a los más débiles que tú? Un verdadero cristiano no sólo los trata bien, sino que los defiende de los prepotentes. ¿Y tú?
Oración
Oh, Padre y maestro de la juventud, san Juan Bosco, que tanto trabajaste por la salvación de las almas, sé nuestro guía en buscar nuestra salvación y la salvación del prójimo.
Ayúdanos a vencer las pasiones y el respeto humano.
Enséñanos a amar a Jesús Sacramentado, a María Santísima Auxiliadora y a la Iglesia. Alcánzanos de Dios una santa muerte para que podamos encontrarnos juntos en el cielo. Amén.
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