Las palabras de Dios y la murmuración

Año 1876
Sueño 99
M.B. Vol. 12, pág. 45

El 23 de enero de 1876 cuando Don Bosco empezaba a hablarle a todo el alumnado, lo interrumpió el Padre Barberis, diciéndole: «Perdone Don Bosco, pero hemos oído que en estos días ha tenido un interesante sueño. ¿Quisiera contarlo aquí a todos? ¡Nos gustaría mucho oírlo!».

Don Bosco siempre radiante de alegría y demostrando la gran satisfacción que sentía al hablarles a sus discípulos, respondió: «Con mucho gusto les voy a contar lo que soñé, y si para alguno trae este sueño alguna enseñanza, que ojalá la ponga en práctica».

Me pareció que estaba allá en mi pueblo natal, Castelnuovo, y que un enorme grupo de agricultores trabajaba en el campo: unos araban, otros desyerbaban, algunos sembraban y varios grupos cantaban alegremente mientras trabajaban.

Yo me preguntaba: «¿Por qué trabaja tanto esta gente?». Y me respondí: «Para conseguir alimento para nuestros discípulos».

En ese momento apareció en el campo un anciano venerable que me miraba con mucha bondad y yo me dirigí a él preguntándole:

– Por favor, ¿qué es este campo y de quién es?

– Es el campo del Señor.

Y los labradores empezaron a cantar aquellas frases de Jesús: «Salió el sembrador a sembrar. Y parte de la semilla cayó en el camino y vinieron las aves y se las comieron (S. Mateo 13, 3)».

Y en aquel momento vi salir de todos lados una cantidad extraordinaria de gallinas que se metían en el terreno y se comían las semillas sembradas allí.

Y vi a un buen grupo de religiosos y profesores que observaban todo aquello y no hacían nada por alejar las gallinas; charlaban con sus compañeros, reían, se dedicaban a recreo y a deportes, y algunos hacían otros oficios pero ninguno se preocupaba por alejar aquellas gallinas que estaban haciendo tanto daño.

Yo empecé a llamarles la atención: «Señores: ¿no ven el gran mal que están haciendo todas esas gallinas? ¿No ven que se están comiendo las semillas y que así no vamos a tener cosecha después? Las gallinas ya tienen el buche lleno, ¿por qué no las espantan?».

Pero ninguno me hacía caso, ni se preocupaban por espantar a las aves.

Entonces yo empecé a palmotear y a tratar de espantar las gallinas para que se alejaran, y entonces uno que otro de esos religiosos y profesores empezaron a espantarlas también. Pero yo me decía: «Ahora sí las espantan, pero ya es tarde. Ya se comieron las semillas».

Y oí que una voz del cielo repetía aquellas palabras del profeta: «Son perros mudos que no ladran cuando llegan los ladrones».

Yo me dirigí al amable anciano y le pedí que me explicara qué significaba todo esto y él me dijo: «El campo son los corazones de las personas, donde cae la palabra de Dios. Las gallinas que se comen la semilla y no la dejan nacer son las murmuraciones y las críticas que acaban con el buen fruto que esa palabra iba a producir en las almas».

Así por ejemplo. Alguno predica o da una conferencia o lee a los demás una página de un buen libro. Esa es la semilla de la Palabra de Dios. Pero vienen los murmuradores y los criticones como gallinas hambrientas y se llevan todo el fruto que esas palabras iba a producir. El uno ridiculiza los gestos del predicador o su voz; el otro critica, se ríe de su forma de hablar y alguien murmura de algún defecto físico que tiene el que habló. Y así el fruto del sermón o de la conferencia o charla desaparece. Se hace la lectura de una página de un buen libro, y los murmuradores empiezan a criticar eso que se leyó y la lectura queda sin producir fruto. Y los más peligrosos murmuradores son esos que van criticando en secreto, a escondidas, cuando menos se piensa.

Cuando la semilla queda en el terreno, aunque éste no sea muy fértil, sin embargo alguna cosecha produce. Pero si vienen las aves y se comen las semillas, aunque el terreno sea fértil no se consigue cosecha ninguna. Así pasa con los sermones, las conferencias, las charlas formativas y las lecturas espirituales: aunque los oyentes no estén demasiado atentos ni sean demasiado fervorosos, algún provecho les quedará si aceptan de buena gana lo que se les dice. Pero si viene la criticadera y la murmuradera contra el que predica o contra lo que se dice, entonces ningún provecho se puede sacar ya.

Y el anciano siguió diciendo: «Algunos no ponen ningún interés en impedir la crítica y la murmuración y les da miedo demostrar a los murmuradores que no aceptan ese modo de estar criticando. Y existe algo peor: hay algunos que se unen a los criticones y murmuran de todo. Insistan mucho en esto lo que enseñan: que la murmuración y la crítica hacen enorme mal. No les de miedo hablar demasiado contra los criticones y los murmuradores. Permanecer mudos cuando se puede impedir la criticadera, es hacerse responsable de esas murmuraciones».

Yo al oír estas palabras me sentí emocionado y más aún me emocioné al ver que varios se dedicaban a espantar las gallinas y en ese momento… me desperté.

Mis buenos amigos: yo les recomiendo con toda el alma: huyan de la criticadera y de la murmuración como de uno de los males más dañosos que existen. Apártense de los criticones como se huye de uno que tiene una enfermedad contagiosa. Traten de evitar que otros murmures y critiquen; quien impide una crítica o una murmuración, ha logrado evitar un gran mal.


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