Ejercicio de las Siete Palabras

Jesús en la cruz aboga; da al ladrón; lega a su Madre; quejase; la sed le ahoga; cumple; entrega el alma al Padre. Al Calvario hay que llegar porque Cristo, nuestra Luz, hoy también nos quiere hablar desde el ara de la cruz.

¡Virgen de dolores y Madre mía!, que, como tú, acompañe yo siempre a tu Hijo en vida, Redención y muerte. Y después de glorificarlo en la tierra, le glorifique por toda la eternidad, junto a él y junto a ti. Te lo pido por tu aflicción y martirio, al pie de la cruz. Asísteme siempre, especialmente en este último momento de combate cristiano que me abrirá la eternidad feliz, en compañía de tu Hijo. Así sea.

Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

Primera Palabra del Señor en la cruz

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34)

Aunque he sido tu enemigo mi Jesús, como confieso, ruega por mí; que, con eso, seguro el perdón consigo. Cuando loco te ofendí, no supe lo que yo hacía; sé, Jesús, del alma mía y ruego al Padre por mí.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu sacrificio la deuda de mis pecados y abriste tus divinos labios para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso; y por los méritos de tu preciosísima sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.

Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

Segunda Palabra del Señor en la cruz

Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23, 43)

Vuelto hacia ti el Buen Ladrón con fe implora tu piedad yo también de mi maldad te pido, Señor, perdón. Si al Ladrón arrepentido das un lugar en el Cielo yo también, ya sin recelo, la salvación hoy te pido.

Señor, Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz, y con tanta generosidad correspondiste a la fe del Buen Ladrón, cuando en medio de tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el mismo trance; y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.

Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

Tercera Palabra del Señor en la cruz

He aquí a tu hijo; he aquí a tu Madre” (Jn. 19, 26)

Jesús en su testamento a su Madre Virgen da; ¿y comprender quién podrá de María el sentimiento? Hijo tuyo quiero ser, sé tú mi Madre, Señora; que mi alma desde ahora con tu amor va a florecer.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz y, olvidándote de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a ti con mayor confianza; ten misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el interno martirio de tu Madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna condenación, tantas veces merecida por mis pecados.

Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

Cuarta Palabra del Señor en la cruz

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27, 46)

Desamparado se ve de su Padre el Hijo amado; maldito siempre el pecado que de esto la causa fue. Quien quiera consolar a Jesús en su dolor, diga en el alma: Señor, me pesa; no más pecar.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz, y tormento tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible paciencia la más profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre: ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me halle también en la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida a tu servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido a ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo, lo más cerca de ti, tu triunfo eterno.

Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

Quinta Palabra del Señor en la cruz

Tengo sed” (Jn. 19, 28)

Sed, dice el Señor, que tiene; para poder mitigar la sed que así le hace hablar, darle lágrimas, conviene. Hiel darle ya se le ha visto; la prueba, mas no la bebe; ¿Cómo quiero yo que pruebe la hiel de mis culpas Cristo?

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz, y no contento con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más y más para que todos los hombres se salven, ya que solo así quedará saciada en tu divino Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora universal, que solo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a ti por toda la eternidad.

Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

Sexta Palabra del Señor en la cruz

Todo se ha cumplido” (Jn, 19, 15)

Con firme voz anunció Jesús, aunque ensangrentado, que del hombre y del pecado la Redención consumió. Y, cumplida su misión, ya puede Cristo morir, y abrirme su corazón para en su pecho vivir.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz, y desde su altura de amor y verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra de la Redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me halle en esos supremos instantes; y por los méritos de tu preciosísima sangre, haz que, en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa. Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco pude haber hecho más por ti.

Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

Séptima Palabra del Señor en la cruz

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23, 46)

A su eterno Padre, ya el espíritu encomienda; si mi vida no se enmienda, ¿en qué manos parará? En las tuyas desde ahora mi alma pongo, Jesús mío; guardarla allí, yo confío para mi última hora.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz y aceptaste la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y morir; ten piedad de todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí, cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas, y una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.

Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí.

Oración final a María, en su soledad, Virgen de dolores

Ustedes todos, los que pasan por el camino, atiendan y miren si hay dolor semejante al mío

Stabat Mater dolorosa

La Dolorosa allí estaba, junto a la cruz; y lloraba mientras el Hijo moría. Su alma fiel y amorosa, traspasaba dolorosa una espada de agonía.

Sola, triste y afligida se vio, la Madre querida, de tantos tormentos llena; cuando ante sí contemplaba, y con firmeza aceptaba, del Hijo amado, la pena.

¿Y qué hombre no llorara si a la Virgen contemplara sumergida en tal dolor? ¿Y quién no se entristeciera, si así, Madre, te sintiera sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo, vio, en tormento tan profundo, a Jesús, la dulce Madre. Ve morir desamparado a Cristo, su Hijo amado, dando el espíritu al Padre.

Oh, Madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Que siempre, por Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo.

Para que a amarle me anime, en mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí. Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar y poder participar de sus penas, mientras vivo. Siempre acompañar deseo en la cruz, donde lo veo, tu corazón compasivo.

Virgen de vírgenes santa, llore yo con fuerza tanta, que el llanto, dulce me sea. Que su Pasión y su muerte haga mi alma más fuerte, y siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore; que en ella viva y adore, con un corazón propicio. Su verdad en mí se encienda y contigo me defienda en el día del gran Juicio.

Haz que Cristo con su muerte sea mi esperanza fuerte en el supremo vaivén. Que mi cuerpo quede en calma y con él vaya mi alma a la eterna gloria. Amén.

San José, Patrono de la Buena Muerte, junto a Jesús y María, ruega por mí.
Jesús, José y María, les doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asístanme en mi última agonía.
Jesús, José y María, con ustedes descanse en paz el alma mía.


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