¡Querido San José, una palabra mía! Yo me veo abrumada de aflicciones y cruces, y a menudo lloro. Despedazado bajo el peso de estas cruces, me siento desfallecer, ni tengo fuerzas para levantarme y deseo que mi Bien me llame pronto. En la tranquilidad, empero, entiendo que no es cosa difícil el morir, pero si el bien vivir.

¿A quién, pues, acudiré sino a Vos, que sois tan bueno y querido, para recibir luz, consuelo y ayuda? A Vos, pues, consagro toda mi vida, y en vuestras manos pongo las congojas, las cruces, los intereses de mi alma, de mi familia, de los pecadores, para que, después de una vida tan trabajosa, podamos ir a gozar para siempre con Vos de la bienaventuranza del Paraíso. Amén.
San José, Protector de atribulados y de los moribundos, rogad nosotros.
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