Año 1868
Sueño 65
M.B. Vo. 9, pág. 132
El 17 de abril de 1868 el padre director del colegio de Lanzo, donde estaba hospedado Don Bosco, le preguntó por qué había dado durante la noche unos gritos que demostraban gran pavor. El santo contó que esa noche había tenido el siguiente sueño.
Soñé que me encontraba a la orilla de un torrente no muy ancho, pero de aguas turbias y tormentosas. Muchos alumnos trataban de saltar y pasar al otro lado. Algunos tomaban impulso empezando la carrera desde varios metros atrás y conseguían caer de pie a la parte seca de la otra orilla, como buenos gimnastas. Pero otros fracasaban. Unos caían de pie en la parte interior de la orilla y perdiendo el equilibrio se precipitaban de espaldas dentro del agua. Otros caían con ruido en el centro del torrente y desaparecían. Algunos se golpeaban la cabeza o el pecho contra las piedras que sobresalían entre las aguas y se rompían el cráneo y echaban sangre por la boca.
Yo me afanaba al mirar estas escenas tan dolorosas y gritaba y palmoteaba, advirtiendo a los jóvenes que fueran más prudentes, pero todo era inútil.
El torrente se iba llenando de cadáveres que se iban precipitando de catarata y terminaban por estrellarse contra una roca que sobresalía en un sitio donde el torrente daba una vuelta, y dónde el agua era más profunda, y desparecían tragados por un remolino. Allí se cumplía lo que dice el Salmo 42: «Un abismo llama a otro abismo».

Cuantos discípulos míos muy amados que oyen este Sueño son llevados por el agua del torrente espumoso, con peligro de perderse para siempre. ¿Pero cómo siendo personas tan alegres, tan llenas de vida, tan valientes, se dejan llevar por la corriente? ¿Por qué fracasan al tratar de saltar hacia el otro lado del torrente?
Puede ser porque tienen algún compañero, alguna amistad que les pone zancadilla, que los tira hacia atrás, o que les da un empujón, con lo cual pierden el equilibrio y caen a las aguas torrentosas, y fallan el salto, y pueden perderse para siempre.
Y puede ser que muchos de esos desdichados que hacen el oficio de demonios y buscan la ruina espiritual de los demás, escuchen también este Sueño. (Habría que decirles las palabras de Nuestro Señor: «Ay de aquél que escandalice a uno de estos pequeños: más le valiera que le colgaran una piedra muy pesada al cuello y lo echaran al fondo del mar»). Yo les pregunto: ¿Por qué querer encender con sus malas conversaciones las malas pasiones en los corazones de los demás? ¿Por qué burlarse de los que rezan y reciben los sacramentos y con sus burlas alejar a algunos de recibirlos? Con esto lo único que consiguen son castigos de Dios. Yo les suplico: aléjense del pecado. Traten en serio de salvar su propia alma. Yo quiero ayudarles a todos a conseguir el Paraíso eterno.
La orilla desde donde saltan los jóvenes es la vida ordinaria de cada día. La orilla a donde quieren llegar es la gloria del Paraíso. El agua del torrente son los pecados y las ocasiones de pecar, que arrastran y causan la muerte espiritual a las personas. Los gritos que el Padre director oyó en la pieza de Don Bosco eran los avisos que les enviaba a los imprudentes que se lanzaban sin cuidado e iban a ser arrastrados por la corriente.
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