El 29 de diciembre de 1887, Don Bosco pasó el día casi dormido, despertando apenas unos ratitos. En uno de esos momentos, Don Juan Bonetti le pidió un recuerdito para las Hijas de María Auxiliadora, y él dijo clarito:
– Obediencia. Practiquen y hagan que otros también la practiquen.
Aprovecharon otros de esos ratitos para preguntarle un par de cosas. Resulta que por un acuerdo con los Capuchinos, los socios solo podían confesarse con otros socios, y querían saber qué pensaba. Él dio a entender que mejor se quitara esa regla. También quisieron saber si el Rector Mayor debía meter mano en la elección de la Superiora General de las Hermanas, y parecía que sí estaba de acuerdo con eso.

Ya por la tarde, llamó a Don Miguel Rúa y a Monseñor Cagliero y, con las pocas fuerzas que le quedaban, les dijo para ellos y para todos los Salesianos:
– Arreglen todo lo que tengan pendiente. Ámense como hermanos, ayúdense y tengan paciencia unos con otros. Dios y María Auxiliadora nunca les van a faltar. Pidan a todos que recen por mí. Lleven las cargas unos de otros y sigan el ejemplo de las buenas obras. Bendigo las casas de América, a Don Santiago Costamagna, Don Luis Lasagna, Don José Fagnano, Don Domingo Tomatis, Don Evasio Rabagliati; a Monseñor Lacerda y los del Brasil, al Arzobispo de Buenos Aires y a Monseñor Espinosa; a Quito, Londres y Trento. Bendigo a San Nicolás y a todos nuestros buenos Cooperadores italianos y sus familias. Nunca olvidaré todo lo bueno que han hecho por nuestras Misiones.
Y antes de terminar, repitió otra vez:
– Prométanme que se van a querer como hermanos. Vayan a la Comunión seguido y mantengan la devoción a María Auxiliadora.
Fuente: Lemoyne, J. B. (s.f.). Memorias biográficas de San Juan Bosco (Vol. 18, pp. 435-436). Central Catequística Salesiana.
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