Vamos a contar dos cosas que pasaron el 27 de diciembre de 1887.
El difícil traslado
La fiesta de San Juan Evangelista solo le vino a sumar sufrimiento. Ya estaba tan delicado que, como decía el cronista, había que “trabajar a su alrededor” para poder atenderlo. Su cuerpo estaba tan agotado que ni para los movimientos que pedía el doctor daba. Solo Don Juan Bonetti y Don Carlos Viglietti estaban echándole la mano al médico. Don Bosco tenía la cabeza apoyada en el pecho de Viglietti y, después de tanto moverlo de un lado a otro, ya no aguantaba ni un poquito más.
Pero todavía faltaba lo peor: cambiarlo de cama. Llamaron a Don Miguel Rúa, Don Domingo Belmonte y Don José Leveratto. Mientras se ponían de acuerdo con el doctor Albertotti sobre cómo hacer el traslado sin que sufriera mucho, Don Bosco, con su humor de siempre, le dijo a Belmonte: «Mirá, hay que hacer así: átame una soga al cuello y jalen de una cama a la otra».
Y ahí empezó el despelote. Don Miguel Rúa terminó sentado en la cama que ya estaba lista, justo debajo de Don Bosco. Viglietti lo sostuvo para que Rúa pudiera salir de ahí. El pobre Don Bosco, con una calma heroica, se reía de todo el lío. Cuando finalmente quedó en la nueva cama, preguntó quiénes lo habían ayudado y les dio las gracias a todos. Y al darse cuenta de que estaba en la cama de Viglietti, que dormía en la pieza de al lado, se preocupó por él y le preguntó: «Y vos, Viglietti, ¿dónde vas a dormir esta noche?».

Como las reglas de higiene exigían moverlo todos los días, había que repetir esta operación diaria. Él, que ya sufría tanto solo con acomodarle las almohadas o levantar un poquito su cuerpo hundido, imaginate lo que era con esos traslados. Pero nunca perdió el buen humor. Una vez le preguntaron si le habían lastimado algo y solo respondió: «Ciertamente, no me están haciendo bien».
La jaculatoria que no quiso repetir
Los Superiores le insistían una y otra vez para que rezara pidiendo su sanación, pero Don Bosco nunca estuvo de acuerdo. Siempre decía lo mismo: «¡Cúmplase en mí la santa voluntad de Dios!».
Incluso repetía las jaculatorias que le enseñaban, pero si alguien intentaba que dijera: «María Auxiliadora, haz que yo cure», él se quedaba calladito y no lo repetía.
Fuente: Lemoyne, J. B. (s.f.). Memorias biográficas de San Juan Bosco (Vol. 18, pp. 432-433). Central Catequística Salesiana.
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