El 24 de diciembre de 1887 fue un día cargado de momentos que de verdad vale la pena recordar; aquí van tres que quedaron marcados para siempre.
Antes del mediodía, le dijo a don Celestino Durando: «Te encargo que, de mi parte, les des las gracias a los médicos por todos los cuidados y la caridad con que me han atendido».
Como a las seis de la tarde volvió a mostrarse inquieto, pero más que pensar en él, pensaba en los demás. Le dijo al secretario: «Pobre Viglietti, todavía no sabías lo que de verdad significa velar a un enfermo».
Y, de vez en cuando, repetía en piamontés: «Yo no sé qué decir ni qué hacer».
El libro de las Memorias
Llamó a Don Miguel Rúa y le dijo:
– Quisiera que esta noche, además de Don Carlos Viglietti, haya otro sacerdote aquí a mi lado. Tengo miedo de no llegar a mañana.
Después de las ocho de la noche, le dijo a Don Carlos Viglietti:
– Mira en mi mesa. Hay un librito con mis memorias… ya sabes bien cuál es. Tómalo y entrégaselo después a Don Juan Bonetti, para que no vaya a parar a manos de cualquiera.
Era como una libretita hecha con hojas de un libro de contabilidad, que él mismo mandó a cortar, ajustar y encuadernar con fuerza. Tenía este título escrito a mano: Memorias desde 1841 a 1884-5-6, por el Sac. Juan Bosco, para sus hijos Salesianos. Allí estaban las normas prácticas de conducta que quería dejar a su sucesor. Las escribió en 1884, cuando pensaba que sus días ya estaban contados, y en los dos años siguientes le fue agregando algunas cositas más.

Un hecho curioso
También le dijo a Don Carlos Viglietti:
– Hazme el favor de revisar los bolsillos de mi ropa: allí están la cartera y el portamonedas. Seguro no hay nada, pero si encontrás algún dinero, dáselo a Don Miguel Rúa. Quiero morir de tal manera que puedan decir: Don Bosco murió sin un céntimo en los bolsillos.
Todo esto impactó mucho a los Superiores, tanto que monseñor Cagliero quiso darle la Extremaunción. Pero primero, Don Bosco pidió que se solicitara la bendición del Padre Santo para él, y así se hizo de inmediato. Después de recibir el sacramento, ya casi no habló de otra cosa que no fuera la eternidad, soltando de vez en cuando algún consejo más.
El consejo
Le dijo al monseñor, que ya se preparaba para bajar a celebrar la misa de medianoche en la iglesia de María Auxiliadora:
– Solo una cosa le pido al Señor: poder salvar mi pobre alma. Deciles a todos los Salesianos que trabajen con celo y con ganas de verdad. ¡Trabajo, trabajo! Dedíquense siempre, sin cansarse, a salvar almas.
Fuente: Lemoyne, J. B. (s.f.). Memorias biográficas de San Juan Bosco (Vol. 18, pp. 427-428). Central Catequística Salesiana.
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