Una Comunión y la Unción de los Enfermos

Don Bosco tenía tantas ganas de recibir el Viático que nadie se atrevió a retrasarlo. Por eso, la mañana del 24 de diciembre de 1887 se pusieron a preparar todo. Apenas le avisaron, le dijo a Don Carlos Viglietti y a Don Juan Bonetti:

– ¡Ayúdame, ayúdame a recibir bien a Jesús!… Estoy un poco nervioso… In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum! (Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu).

La procesión salió por la puerta principal de la iglesia y entró al Oratorio. Iban todos los curas y hasta los más chiquitos del clero. Don Bosco se emocionó al escuchar los cantos, y cuando vio aparecer al Santísimo Sacramento en manos de monseñor Cagliero, no pudo contener las lágrimas. Revestido con su estola, parecía un ángel.

En ese momento solemne, todos lloraban y muchos sollozaban. De repente, pareció que se sentía mejor: dejaron de los vómitos, respiraba con calma y hasta pudo dormir unas cuantas horas, algo que no había logrado en mucho tiempo.

Los periódicos empezaron a correr la voz de su enfermedad. Unita Cattolica, el 24 de diciembre, lanzó un pequeño aviso: «Con el dolor y el temblor que nuestros lectores se pueden imaginar, anunciamos que, desde hace algunos días, nuestro incomparable Don Juan Bosco se ha agravado en su enfermedad y tememos seriamente su irreparable pérdida. Lo encomendamos a las oraciones de los católicos, ya que todas las esperanzas de una mejoría están puestas sólo en Dios».

Fuente: Lemoyne, J. B. (s.f.). Memorias biográficas de San Juan Bosco (Vol. 18, pp. 427-428). Central Catequística Salesiana.


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