El médico dejó a los Superiores con la boca abierta el 21 de diciembre de 1887: si Don Bosco seguía así, no le quedaban más de cuatro o cinco días de vida. No tenía ganas de comer, vomitaba con frecuencia, respiraba con dificultad y estaba febril.
A pesar de todo, mantenía la calma y hasta bromeaba con quienes lo cuidaban. Cuando su secretario le sirvió un poco de caldo, trató de sostenerle el tazón para que le fuera más fácil beber, y Don Bosco le dijo: «¡Ya! ¿Te lo quieres tomar tú, eh?».

Por la tarde mejoró un poco. Escuchó las noticias del jubileo de León XIII en el periódico, abrió las cartas certificadas y de valores. Cerca de las ocho y media, comentó: «Hoy, a eso de las cuatro de la tarde, pensaba que no me faltaba nada para morir. No tenía ya conciencia de nada. ¡Ahora me encuentro mucho mejor!».
Luego tomó un poquito de caldo y, riéndose, le pidió al secretario: «Viglietti, dame un poco de café helado, pero que esté caliente».
Fuente: Lemoyne, J. B. (s.f.). Memorias biográficas de San Juan Bosco (Vol. 18, pp. 421–422). Central Catequística Salesiana.
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