Esto mismo le pasó a un cuate bien fregado, que andaba con la conciencia inquieta por tanta cosa mala que había hecho, pero aun así no quería decidirse a cambiar. Don Domingo Belmonte contaba que, cuando él era estudiante, había en su clase un patojo llamado Ton, de conducta pésima, que jamás quiso confesarse. Siempre le sacaba la vuelta a Don Bosco y ni los cuates más pilas lograban acercarlo al superior.
Una tarde, Ton le suelta una confidencia.
– Mirá, te voy a contar algo en secreto… me está pasando desde hace varias noches. A cierta hora siento como que una mano me jala las mantas y me las tira hasta los pies de la cama. Yo me despierto y trato de acomodármelas, pero nada. Otra vez me las quita despacio. Es un miedo que no te puedo explicar.
– Ha de ser un sueño, o pura idea tuya – le dijo Belmonte.
– ¿Sueño? Hombre, si estoy despierto igual que ahora. Mirá, hasta he tratado de resistir con las manos… y una vez hasta mordí el borde de la manta para que no me la quitaran, ¡pero ni así! Jalaron tanto que la rompieron del borde.

Belmonte fue a comprobar y sí, la manta estaba rasgada tal cual Ton había dicho.
– Preguntale vos a Don Bosco – le pidió Ton – a ver qué onda con esto.
– Preguntáselo vos – le respondió Belmonte – si sabés que Don Bosco quiere que hablés con él.
– ¿Yo? Nunca. Pero decime… ¿qué será?
– Pues suena a gracia del diablo.
– ¿Y entonces qué hago?
– Hacé una buena confesión – le dijo Belmonte.
Pero el patojo no quiso confesarse ni buscar ayuda con Don Bosco. Al contrario: prefirió irse del Oratorio… y no regresar jamás.
Fuente: Lemoyne, J. B. (s.f.). Memorias Biográficas de Don Bosco (Vol. 7, pp. 285–286). Central Catequística Salesiana.
Descubre más desde Parroquia El Espíritu Santo
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
