Año 1865
Sueño 52
M.B. Vol. 8, pág. 58
El 1 de febrero de 1865 Don Bosco anunció a los jóvenes la próxima muerte de uno de ellos, narrándoles este sueño que había tenido.
Me pareció mientras dormía que estaba en el patio rodeado de alumnos y que de pronto apareció por los aires un águila maravillosa, de bellísimas alas, la cual, trazando círculos en el aire, descendía poco a poco hacia los jóvenes. Y un personaje misterioso me dijo:
— Aquella águila quiere arrebatarte a uno de tus alumnos.
— ¿A cuál? — le pregunté emocionado.
— A aquel sobre el cual ella se coloque.
Observé atentamente y vi que el águila después de dar unas vueltas más se colocaba sobre la cabeza de uno de los jóvenes de nuestra casa. Me fijé bien en él para no olvidar su nombre. Luego pregunté:
— ¿Y cuándo será esa muerte?
— Ese joven no hará dos veces el retiro mensual — me respondió la voz.
Y enseguida me desperté.

Explicación
El 3 de marzo dijo el santo a los muchachos: «Algunos creen que el que se va a morir pronto es el alumno de apellido Savio, que está gravemente enfermo. Pero no es él. Lo importante es que cada uno cumpla lo que recomendó nuestro Señor: ‘Estad preparados porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del Hombre’».
Al día siguiente algunos alumnos le pidieron que les diera alguna señal acerca del que se iba a morir próximamente y él les dijo: «Su apellido empieza por F».
Pero en el Oratorio había más de 30 alumnos cuyo apellido empezaba por F.
El enfermero Bisio se atrevió a rogarle a Don Bosco que le dijera el nombre del próximo difunto y él le dijo en secreto: «Se trata de Antonio Ferraris. Pero estoy tranquilo porque es un muchacho muy virtuoso y está muy bien preparado para morir. Tú estarás muy atento y cuando Ferraris vaya a la enfermería y se halle grave, me llamarás enseguida para irlo a asistir y a ayudar a morir bien».
Y en aquellos días a Ferraris le dio un resfriado muy fuerte que se le fue convirtiendo en pulmonía. Fue llamado el médico el cual dijo que la enfermedad era sumamente grave y que podía ser mortal.
Llegó la mamá a visitarlo y le preguntó al enfermero Bisio:
— ¿Podré volver a mi casa o será mejor que me quede junto a mi hijo?
— ¿Usted en qué disposiciones de ánimo se encuentra? — le preguntó el enfermero.
— Yo soy madre y como tal siento mucho que mi hijo se me vaya a morir. Pero de todos modos yo acepto lo que nuestro Señor permita que suceda.
— ¿Y si Dios permite que su hijo muera pronto?
— ¡Pues paciencia! ¿Qué vamos a hacer? — y empezó a llorar.
— Mire: Don Bosco dice que Antonio es muy buen muchacho y que se encuentra muy bien preparado para irse al cielo.
— Pues entonces me quedaré, y que haga Dios su santa voluntad — dijo la madre enjugándose las lágrimas.
Ya iba a llegar el día del segundo retiro mensual, y Don Bosco había anunciado que el que iba a morir no llegaría a ese segundo retiro. Por eso el enfermero Bisio le pidió a la mamá del niño que no se alejara.
Antonio Ferraris murió el 16 de marzo santamente, y asistido por Don Bosco.
El santo les anunció esta muerte a los alumnos de la siguiente manera.
Veo que muchos jóvenes están deseosos de saber cómo fueron los últimos momentos del compañero Ferraris, y con gusto les contaré los detalles. Antonio murió resignado y tranquilo. En su última enfermedad sufría mucho pero no perdía la paciencia.
Cuando llegó de alumno aquí al Oratorio me dijo: «Don Bosco, yo estoy dispuesto a obedecer todo lo que usted me aconseje para volverme mejor. Cuando falte en algo, le pido el favor de que me corrija y con gusto haré caso a sus avisos».
Yo le prometí que haría lo que me pedía, y cada vez que se equivocaba o faltaba en algo, le advertía y él me hacía caso muy obediente. Se puede decir que había aprendido a hacer caso en todo lo bueno que se le aconsejaba. Y sus profesores dicen que era de los mejores alumnos de su clase. Cuando cayó enfermo fui a visitarlo y le pregunté si quería que le llevara la Sagrada Comunión y me dijo que sí. Luego le pregunté si tenía alguna inquietud, duda o angustia en su conciencia y me dijo que no tenía ninguna, que estaba con la conciencia en paz. Luego le pregunté si sentía gusto en ir pronto al paraíso y me respondió:
— Sí, siento alegría en ir al paraíso, porque espero que allá veré al buen Dios, de quien me han hablado muy bien aquí en la tierra.
— ¿Y qué quieres que haga por ti?
— Que me ayude a salvar mi alma y que siga ayudando a todos mis compañeros para que cada uno logre conseguir la eterna salvación.
Como me imaginaba que todavía faltaban unas horas para que se muriera, dispuse irme a mi habitación a escribir un rato, pero él con mucho afán y emoción, y casi sofocado por la pulmonía, me clamaba a que no lo fuera a dejar solo en sus últimos momentos. Más tarde quise alejarme otra vez por unos minutos, pero volvió a clamarme que no lo dejara solo, que deseaba que estuviera junto a él a la hora de la muerte. Le tomé el pulso y noté que ya casi no palpitaba. La pulmonía se agravaba y llegaba el fin. Después expiró serenamente, sin un lamento ni una queja. Es que tenía la conciencia tranquila y en paz. Qué hermoso que cada uno de nosotros pueda morir tan en paz con Dios como murió Ferraris. Yo creo que fue directamente al paraíso y con gusto cambiaría mi puesto por el que él tiene ahora en la eternidad.
Algunos dicen que yo los asusto anunciando cuando se va a morir alguno. Pero a Ferraris le sirvió el anuncio para prepararse mejor. De todos modos para evitar sustos no anunciaré más las muertes que van a suceder.
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