Año 1862
Sueño 38
M.B. Vol. 7, pág. 14
El 21 de marzo de 1862, Don Bosco en su sermoncito que acostumbraba a dar a los jóvenes antes de que se fueran a acostar, y que él llamaba «Buenas Noches», les dijo:
Les voy a contar un sueño. Soñé que durante un recreo en el cual los jóvenes juegan y corren por todas partes, yo estaba asomado a la ventana de mi habitación observando lo alegremente que los muchachos corrían por todo el patio.
De pronto oí un gran estrépito a la entrada, en la portería, y dirigiendo hacia allá la mirada, vi entrar al patio a un personaje de elevada estatura, de frente ancha, ojos extrañamente hundidos, barba larga, cabellos muy blancos y ralos que desde la cabeza calva le caían sobre los hombros. Venía envuelto en un manto negro como los que colocan en los funerales, y apretaba el manto contra su cuerpo con la mano izquierda, mientras en la mano derecha llevaba una antorcha cuya llama era de color azul negruzco. El tal personaje andaba despacio por todo el patio observando con cuidado como buscando algo que se le hubiera perdido.
Pasó por en medio de todos los alumnos y de pronto se detuvo frente a un muchacho, e inclinándose y mirándolo fijamente en la frente dijo: «¡Este es!».
Luego sacó de entre los pliegues del manto un papelito y se lo presentó al joven para que lo leyera. El muchacho empezó a leerlo y a ponerse muy pálido y a preguntar:
– ¿Cuándo será? ¿Será pronto? ¿O será más tarde?
Y el viejo con voz sepulcral le dijo:
– Ven. Ya ha llegado la hora para ti.
El muchacho le volvió a preguntar:
– ¿Puedo seguir jugando?
– Aun durante el juego – respondió el viejo – puedes ser sorprendido.
Con esto anunciaba una muerte repentina. El joven temblaba. Quería hablar, pero no podía. Entonces el espectro, señalando con la punta de su manto la puerta de entrada al patio le dijo:
– ¿Ves ese ataúd? Es para ti.
Y allá en la portería se veía un ataúd para echar un muerto. El joven empezó a gritar:
– ¡No estoy preparado! ¡Soy demasiado joven!
Pero el espectro sin decir nada, salió corriendo del patio y desapareció. Yo me puse a pensar quién sería el que había venido a anunciar la tal muerte, y en ese momento me desperté.
Esto es un aviso de que uno de los que me escuchan debe prepararse porque Nuestro Señor lo va a llamar muy pronto a la eternidad. Yo que presencié aquella escena sé muy buen quién es. Lo vi. Lo conocí muy claramente, cuando el personaje le entregó el papelito, pero no diré su nombre a nadie, antes de que él haya muerto. Sin embargo, haré cuanto me sea posible para prepararlo a bien morir.
Ahora: que cada uno piense seriamente si está preparado para morir hoy. Que nadie se dedique a pensar: «Eso es para otro», y le llegue a él la muerte sin estar debidamente preparado.
Yo les aviso claramente, no sea que un día Nuestro Señor me tenga que decir: «Pero mudo, ¿por qué no ladraste? ¿Viste el peligro y no avisaste?». Que cada uno piense seriamente si sus cuentas con Dios están en buen estado. Hagamos en estos días especiales oraciones por ese que va a morir, y ojalá todos digamos cada día la oración: «Dios te salve Reina y Madre», por aquel que va a morir primero. Así cuando él se muera se encontrará con muchas salves rezadas por él.

Explicación
Los jóvenes le preguntaron a Don Bosco si la muerte sería muy pronto. Él dijo que sucedería antes de que hubiera dos fiestas que empezaran por P. Ellos entendieron que sería antes de que pasaran la Pascua y Pentecostés.
En aquellos días fueron muchísimos los que hicieron su confesión general y empezaron a portarse tan sumamente bien como si tuvieran que morir muy pronto. Numerosos muchachos fueron a preguntarle al santo si era alguno de ellos los que el personaje había señalado en el sueño, pero Don Bosco cambiaba de tema de conversación.
Por aquellos días un jovencito de apellido Fornasio fue a rogarle a Don Bosco que lo confesara. Hizo una confesión muy fervorosa y luego se sintió mal de salud, y lo llevaron a su familia y allá murió. Tenía 12 años. Don Bosco anunció a todo el alumnado el 16 de abril la muerte de Fornasio, pero advirtió que ese niño no era el que el personaje del sueño había anunciado que iba a morir de repente y pronto.
Y les recomendó que pensaran en aquella frase de Jesús: «Estad preparados, porque a la hora en que menos penséis, llegará el Hijo del hombre».
Los alumnos seguían insistiéndole en que les dijera al menos la primera letra del apellido del que iba a morir. Él les dijo: «Es la letra con la cual empieza el nombre de María». Pero en el Oratorio había más de 30 alumnos cuyo apellido empezaba por M y, además, en la enfermería había un muchacho muy enfermo y grave, de apellido Marchisio, y los desconfiados decían: «Si el que va a morir primero es Marchisio, no se necesita ser ningún sabio ni ningún soñador, para saber que el apellido del muerto empieza por la primera letra del nombre de María».
Pero Marchisio no se murió en aquella ocasión.
El señalado por el sueño era el joven Víctor Maestro. Don Bosco se lo encontró un día en una escalera y le dijo:
– Maestro, ¿quieres ir al Paraíso?
– ¡Sí, sí! – respondió el joven de 13 años.
– Pues bien, ¡prepárate! – le dijo el santo.
El joven Maestro le pidió a Don Bosco que lo dejara ir a pasar unos días con su familia, y se hacía este razonamiento: «El que tiene que morir ahora, va a morir aquí en el Oratorio. Por eso si me voy a donde mi familia no tendré que ser yo el que muera en esta ocasión». Don Bosco le dio el permiso.
Al día siguiente, Maestro amaneció algo cansado y se quedó en la cama, y a algunos compañeros que lo fueron a visitar les dijo que se sentía contento porque en ese día se iría a visitar a sus familiares.
A las nueve de la mañana vino el enfermero a anunciarle que dentro de poco llegaría el médico a darle la autorización para irse a pasar unos días con sus familiares. Pocos minutos después llegó otro alumno a llamarlo para que hablara con el médico y le dijo: «Maestro, Maestro, que llegó el médico». Y como este no le respondía, se acercó a su cama y lo tomó del brazo y lo sacudió. Pero Maestro seguía inmóvil. El otro jovencito se llenó de susto y gritó: «¡Maestro ha muerto! ¡Maestro ha muerto!».
La noticia corrió por toda la casa. El padre Rúa vino inmediatamente a darle la bendición y todos los colegiales se impresionaron grandemente. Esa noche Don Bosco en las Buenas Noches les dijo: «El jovencito al cual vi que en el sueño un personaje le entregaba un papelito anunciándole que moriría de repente, era el que hoy se murió: Víctor Maestro. Podemos estar tranquilos porque este niño se confesó muy bien y estaba comulgando cada día. Se había preparado cuidadosamente para pasar a la eternidad».
No había llegado todavía la segunda fiesta empezada por P, la fiesta de Pentecostés.
Al llegar los señores de la funeraria, no entraron con el ataúd hasta el fondo del patio, como hacían otras veces, sino que se quedaron en la portería con la caja mortuoria. Y aunque Cagliero les dijo que siguieran más adelante, ellos se quedaron allí junto a la portería. Y al salir Don Bosco a su ventana le dijo a Francesia: «Miren, que extraño. Están con el ataúd aguardando, en el mismo sitio en el que yo los vi en la noche del sueño».
Descubre más desde Parroquia El Espíritu Santo
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
