Las devociones del Hermano Pedro

Gran devoción a la Eucaristía

El Hermano Pedro acompañaba la procesión del Corpus Christi haciendo de su capa una bandera que levantaba en un astil de madera. Delante de la custodia iba agitando incesantemente esa bandera por todo el tiempo que duraba la procesión, acompañando el compás de sus brazos y el movimiento de sus pies con alegres saltos. Al mismo tiempo, iba cantando algunas coplas que él mismo había compuesto al misterio.

Amor al Niño Jesús

Siempre repetía: «Aunque tan pequeño, este Niño bello, sepa todo el mundo que es el Rey del Cielo. Hermanos míos, por amor del Niño Jesús, pierdan el juicio cuando llegue la Pascua. Y por Él les pido sean humildes y no apetezcan mandar».

Devoción a la Pasión de Jesús

El Hermano Pedro tenía gran devoción hacia la Pasión de Jesús. En el amor a Cristo Crucificado tenían arraigo sus penitencias expiatorias. Aquí como penitencia de los viernes, vestido de Nazareno y cargando una pesada cruz realizaba su Vía Crucis en la Calle de la Amargura, actualmente calle de Los Pasos. Él sabía que la senda de la Cruz era la vía para hallar a Jesús.

Gran amor a la Virgen del Rosario y la Inmaculada Concepción

Desvanecido el proyecto de ser sacerdote, el Hermano Pedro entró en una verdadera crisis existencial. Desalentado huyó de la ciudad, tal vez con el deseo de volver a su patria o de encontrar la muerte por Cristo. «Le sucedió en el transcurso de estos tres años, una vez triste y muy molesto contra el estudio y aún contra sí mismo por su rudeza, que huyendo de ambas cosas sin saber dónde ni a qué iba, se salió de la ciudad y se alejó a pie hasta Petapa».

Antes de continuar su viaje sin rumbo, entró en la iglesia en busca de luz y de confortación. Estando el Hermano Pedro ante esta imagen de la Virgen del Rosario, ella le dijo: «Pedro, vuelve a la ciudad de Santiago de los Caballeros pues allí está el lugar de tu salvación».

Era tal su amor a la Virgen de la Inmaculada Concepción que el 8 de diciembre de 1654, firma con su propia sangre, el «pacto de sangre» de defender la Inmaculada Concepción de María, hasta con el sacrificio de su propia vida. Este pacto lo renovará durante años.

La casa de Nuestra Señora de Belén

El Santo Hermano Pedro encargó nueve cuadros correspondientes a las festividades que estableció celebrar en honor a la virgen y los colocó en el oratorio, ya que, para Él, la virgen fue la verdadera fundadora. También colocó un cuadro del nacimiento de Jesús. De allí se originó que el Hermano Pedro llamara a ese oratorio «Casa de Nuestra Señora de Belén«.

El Hermano Pedro declaró que, en la casa de la Virgen, está sentado por devoción celebrar el Nacimiento de Cristo Señor nuestro como festividad tan solemne y del título que ha de tener y tiene esa casa por llamarse Belén.


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