Grandes funerales en la corte

Año 1854
Sueño 20
M.B. Vol. 5, pág. 136-138

Me pareció hallarme en un corredor del Oratorio, me hallaba rodeado de sacerdotes y clérigos; de pronto vi adelantarse por el medio del patio un empleado del palacio, de uniforme rojo, quien, acercándose rápidamente, me gritó:

– ¡Noticia importante!
– ¿Cuál? – le pregunté.
– Anuncia: ¡Gran funeral en la corte! ¡Gran funeral en la corte!

Ante la repentina aparición y aquel grito, me quedé frío y el empleado repitió:

– ¡Gran funeral en la corte!

Quise entonces pedirle explicación del fúnebre anuncio, pero el empleado había desaparecido. Yo me desperté, estaba como fuera de mí, y, al comprender el misterio de la aparición, tomé la pluma e inmediatamente escribí una carta al rey Víctor Manuel, manifestándole cuanto se me había anunciado y contando sencillamente el sueño.

Después del mediodía, con mucho retraso entraba yo en el comedor: aquél era un año friísimo, llevaba un paquete de cartas. Se formó un corro a mi alrededor. Estaban allí don Víctor Alasonatti, Ángel Savio, Cagliero, Francesia, Juan Turchi, Reviglio, Rúa, Anfossi, Buzzetti, Enría, Tomatis y otros, en su mayor parte clérigos. Les dije sonriendo:

Esta mañana, queridos míos, he escrito tres cartas a personajes muy importantes: al Papa, al Rey y al verdugo.

Estalló una carcajada general al oír juntos los nombres de estos tres personajes. No les extrañó el verdugo, porque sabían que Don Bosco tenía amistad con los guardianes de las cárceles y que aquel hombre era un buen cristiano.

En cuanto al Papa, bien sabían que mantenía con él correspondencia. Pero aguijoneaba su curiosidad el deseo de saber qué había escrito Don Bosco al Rey, tanto más cuanto que ellos conocían mi oposición a las leyes que robaban los bienes eclesiásticos. Les conté lo que había escrito al Rey para que no permitiese la presentación de la ley contra la Iglesia. Luego narré el sueño, terminando así:

– Este sueño me ha puesto malo y me ha cansado mucho.

Estaba preocupado y exclamaba de cuando en cuando:

– ¿Quién sabe?… ¿Quién sabe?… Recemos.

Los clérigos, sorprendidos, empezaron a conversar, preguntándose unos a otros si habían oído decir que, en el palacio real, hubiese algún noble señor enfermo, pero concluyeron todos en que no había la menor noticia de nada. Entretanto, Don Bosco llamó al clérigo Ángel Savio y le entregó la carta:

Cópiala – le dije – y anuncia al Rey: ¡Gran funeral en la corte!

Y el clérigo Savio escribió. Pero el Rey, leyó con indiferencia la carta y no hizo caso de ella.

Pasaron cinco días desde el sueño, y volví a soñar aquella noche. Parecíame estar en mi habitación, sentado a la mesa, escribiendo, cuando oí el galopar de un caballo en el patio. De pronto vi que se abría la puerta y aparecía el empleado del palacio de uniforme rojo, quien, adelantándose hasta el centro de la habitación, gritó:

Anuncio: no gran funeral en la corte, sino ¡grandes funerales en la corte!

Y repitió estas palabras por dos veces. Luego se retiró a toda prisa y cerró tras de sí la puerta. Quería saber, quería preguntar, quería pedir explicaciones; me levanté, pues, de la mesa, salí al balcón y vi al empleado en el patio montado a caballo. Le llamé, le pregunté por qué había vuelto a repetirme aquel aviso: pero él respondió gritando: ¡Grandes funerales en al corte!, y desapareció.

Al amanecer, escribí otra carta al Rey, contándole el segundo sueño y terminaba diciéndose: «Procure actuar de tal manera bien que logre evitar los anunciados castigos», y le rogaba que impidiera a toda costa la aprobación de la ley contra la Iglesia.

Por la noche, después de cenar, les dije a los clérigos:

– ¿Sabéis que tengo que deciros algo más extraño que lo del otro día?

Y les conté lo que había visto durante la noche. Entonces los clérigos, más asombrados que antes, se preguntaban qué podían significar aquellos anuncios de muerte; y ya se puede suponer su ansiedad, esperando cómo llegarían a verificarse aquellas predicciones.

Entretanto, manifestaba abiertamente al clérigo Cagliero y a algunos otros que aquellas eran amenazas de los castigos que el Señor hacía llegar a quien ya había causado muchos daños y males a la Iglesia y estaba preparando otros. Aquellos días, estaba acongojadísimo y repetía a menudo:

– Esta ley traerá grandes desgracias en casa del Soberano.

Decía esto a los alumnos para animarlos a rezar por el Rey y para que la misericordia del Señor evitase la dispersión de muchos religiosos y la pérdida de muchas vocaciones.

El Rey confió las cartas al marqués Fassati, el cual, después de leerlas, se presentó en el Oratorio y dijo a Don Bosco:

– ¿Le parece éste un modo decente de poner en angustia a toda la corte? ¡El Rey se ha impresionado y está alterado! Más aún, está furioso.
– ¿Y si lo escrito es verdad que va a suceder? Me apena haber causado sustos al Rey, pero se trata de evitarles males a él y a la Iglesia Católica.

Explicación

Se iba a dictar una ley contra la Iglesia Católica quitándole muchísimos conventos y casas, y suprimiendo muchas comunidades religiosas. La ley fue propuesta al Senado el 28 de noviembre de 1854. Don Bosco le escribe al rey pidiéndole que no la firme ni la apruebe. El rey Víctor Manuel no le hace caso a las amenazas de este sueño y entonces se suceden los siguientes funerales:

12 de enero de 1855: muere la reina María Teresa, madre del Rey. Solo tenía 54 años.
20 de enero de 1855: muere la reina María Adelaida, esposa del rey. Solo tenía 33 años.
11 de febrero de 1855: muere el príncipe Fernando de Saboya, hermano del rey. Tenía 33 años.
17 de mayo de 1855: muere el príncipe Víctor M. Leopoldo, hijo menor del rey. Tenía apenas 4 meses.

El rey aprobó y firmó la ley contra la Iglesia Católica, pero en su familia hubo en solo pocos meses, cuatro Grandes Funerales. Con Dios no se juega.


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