El Espíritu Santo es una de las tres personas de la Santísima Trinidad. Es Dios con el Padre y el Hijo y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, como señala desde antiguo el Símbolo Niceno-Constantinopolitano.
Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas.

Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables.
Sin ninguna duda, Cristo es quien manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.