Domingo regresa a Mondonio

Texto: Parroquia El Espíritu Santo.
Ilustración: Parroquia El Espíritu Santo
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Fuente: Biografía de Domingo Savio, escrita por Don Bosco.

La salud de Domingo, que nunca había sido del todo buena, había empeorado en el último mes; a pesar de los cuidados y atenciones, Domingo no mejoraba por lo que Don Bosco tomó la decisión de que no existía algo mejor que los cuidados de la propia madre y, por ello, decide que el joven regrese a su casa en Mondonio.

Era la tarde del 1 de marzo de 1857 cuando llegó el padre de Domingo a buscar a su hijo. Domingo había aprovechado toda la mañana para empacar sus cosas y despedirse de sus amigos y compañeros; dentro de él sabía perfectamente que no podría volver a Oratorio.

Al momento de partir, Domingo dijo a Don Bosco: «Ya que usted no quiere que yo deje mis huesos aquí, tendré que llevármelos a Mondonio. La molestia en Valdocco sería por poco tiempo… porque esto habría terminado rápido. Sin embargo, hágase la voluntad de Dios. Recuerde, si va a Roma, no se olvide del recado para el Papa referente a Inglaterra. Ruegue para que yo tenga una buena muerte. Nos volveremos a ver en el cielo«.

Domingo tenía fuertemente agarrada la mano de Don Bosco y estaba emocionado. El momento era conmovedor. De repente se vuelve hacia sus compañeros que lo habían acompañado hasta la puerta y alza las manos: «Adiós, ¡a todos! nos veremos de nuevo allá, en la casa de la felicidad, ¡en el Paraíso…!«

¡Déjeme algún recuerdo! ― dice Domingo a Don Bosco.

Dime lo que quieras, que te lo doy enseguida, ¿quieres un libro?

No, ― responde Domingo ―, deme algo mejor.

¿Quieres dinero para el viaje?

Eso precisamente, dinero para mi viaje… pero para el viaje a la eternidad.

Domingo quería una oración especial. Don Bosco entregó a Domingo un pequeño crucifijo, de los que había traído de Roma con la bendición del Papa Pío IX y la indulgencia «in articulo mortis» (en punto de muerte).

La tristeza invadió el corazón de Domingo. Sabía él que sus días estaban contados y hubiera querido morir allí, en el Oratorio, acompañado por Don Bosco y por sus compañeros. Don Francesia dijo una tarde: «Sé que Domingo al partir del oratorio se fue persuadido de que iba a morir pronto. El no acostumbraba a venir a despedirse de mí las otras veces que iba a su casa. Esta vez, en cambio, vino corriendo a saludarme, como uno que se despide para siempre«.