Cada mañana, muchos jóvenes tomaban sus libros bajo el brazo e iban a clase a la ciudad. Don Bosco no tenía todavía las clases en su casa. Pasando un día con sus compañeros por la calle Barbarroja, Domingo oye a un cartero despotricar como un demonio. A la tercera grosería, él no puede más y se adelanta hacia el hombre. Sonriendo, le pregunta: «Perdone, ¿me podría indicar el Oratorio de Don Bosco?».
Ante esta figura sonriente, el gran diablo interrumpe su letanía y responde:
– No, no sé muchacho. Lo lamento.
– Entonces, ¿podría hacerme otro favor?
– Con mucho gusto, ¿qué quieres?
– Haría algo muy bueno si cuando está en cólera, no dice esas villanas expresiones.
El buen hombre quedó todo desconcertado, después refunfuñó:
– Tienes razón, es en verdad una mala costumbre.
Texto: Parrroquia El Espíritu Santo / Fotografía: Parroquia El Espíritu Santo
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