Debido a que la salud de Domingo se había deteriorado tanto, Don Bosco creyó recomendable enviarlo unos días a casa con sus padres a descansar para que se recuperara. A pesar de la enfermedad, el tener que ir a casa es lo que más contrariaba a Domingo; pues sentía mucho interrumpir los estudios y renunciar a las acostumbradas prácticas de piedad. Algunos meses antes Don Bosco lo mandó con su familia; pero estuvo sólo unos días, muy pronto regresó al Oratorio.
Mira lo que nos narra Don Bosco:
Lo confieso. El pesar era recíproco. Yo hubiera deseado a toda costa que permaneciera en el Oratorio, pues sentía por él el afecto de un padre por su hijo predilecto. Pero el consejo de los médicos era que se fuese a su pueblo, y yo deseaba cumplirlo, por haberse manifestado en él, desde hacía algunos días, una tos obstinada. Se avisó, pues, al padre, y fijamos la salida para el primero de marzo de 1857.
Domingo se resignó a esta determinación, pero sólo como un sacrificio a Dios.
– ¿Por qué – le preguntaron – vas a tu casa de tan mala gana, cuando debieras alegrarte de poder disfrutar de tus amados padres?
– Porque desearía acabar mis días en el Oratorio
– Te vas a casa y, cuando te hayas restablecido, vuelves.
– Ah, eso sí que no. Ya no volveré más.
La víspera de su salida no podía apartarlo de mi lado. Siempre tenía algo que preguntarme. Entre otras cosas me dijo:
– ¿Cuál es el mejor método de que puede echar mano un enfermo para alcanzar méritos delante de Dios?
– Ofrecerle con frecuencia sus sufrimientos.
– ¿Y ninguna otra cosa más?
– Ofrendarle tu vida.
– ¿Puedo estar seguro de que mis pecados han sido perdonados?
– Te aseguro, en nombre de Dios, que tus pecados te han sido perdonados.
– ¿Puedo estar seguro de que me salvaré?
– Sí; contando con la divina misericordia, la cual no te ha de faltar, puedes estar seguro de salvarte.
– Y si el demonio me viniese a tentar, ¿qué he de responderle?
– Respóndele que tu alma la tienes vendida a Jesucristo y que él te la compró con su sangre; y si se empeña en ponerte dificultades, pregúntale a ver qué es lo que él hizo por ella, cuando Jesucristo derramó toda su sangre por librarla del infierno y llevarla consigo al paraíso.
– Desde el cielo, ¿habrá manera de que pueda ver a mis compañeros del Oratorio y a mis padres?
– Sí; desde el paraíso verás la marcha del Oratorio y a tus padres también, y cuanto se refiera a ellos, y mil otras cosas mucho más agradables aún.
– ¿Podré bajar alguna vez a visitarlos?
– Sí que podrás venir, siempre que ello redunde en mayor gloria de Dios.
Así se entretuvo con éstas y otras muchísimas preguntas, como él que ya tiene un pie en los umbrales del paraíso y se preocupa, antes de entrar, de informarse bien de cuanto hay dentro.
Texto: Parrroquia El Espíritu Santo / Fotografía: Parroquia El Espíritu Santo
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