Era común que Don Bosco saliera a recorrer las calles y plazas de la ciudad en busca de muchachos vagabundos, sin trabajo ni que hacer; sucedió una vez que, en una plaza de poco tránsito, se encontró con una pandilla de muchachos sentados en tierra, jugando la baraja, a las apuestas, a la oca o a juegos análogos.
Sobre un pañuelo, extendido en medio, estaban las monedas. Don Bosco se acercó a ver que hacían.
— ¿Quién es este cura? — preguntaba uno de ellos, con el tono burlón que tan fácilmente suena en labios de la gente del pueblo.
— ¡Me gustaría jugar con vosotros! — respondía Don Bosco — ¿Quién va ganando? ¿quién pierde? ¿cuánto se juega? ¡Ea, pongo mi apuesta!
Y echaba una moneda al pañuelo.
El nuevo jugador fue recibido con agrado. Y él, después de jugar unos minutos, empezaba a interrogarles sobre las verdades esenciales de nuestra religión y, al ver su ignorancia, los instruía con palabras sencillas y claras; y terminaba su brevísimo pasatiempo, invitándoles a ir al Oratorio, y a confesarse.
Texto: Parroquia El Espíritu Santo / Ilustración: Parroquia El Espíritu Santo
Visita nuestras redes |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |