Una tarde Don Bosco se encontraba rodeado por sus muchachos del Oratorio; después de hablar del gran bien que quedaba por hacer a las almas en el mundo, de la necesidad de hacerlo pronto, y de cómo deseaba el Señor que los chicos del Oratorio lo ayudaran, añadió: «¡Cuánto bien se podría hacer, si yo tuviera diez o doce buenos sacerdotes para enviarlos en medio del mundo!».
— ¡Yo, yo! — respondieron todos a coro.
La entusiasta respuesta hizo sonreír a don Bosco, que siguió diciendo: «Pero, si queréis venir conmigo, es preciso que os pongáis a mis órdenes, y me dejéis hacer con vosotros lo que estoy haciendo con el pañuelo, que tengo en las manos».
Y, al decir esto, como solía hacer, sacó del bolsillo un pañuelo blanco y lo fue doblando de uno y otro modo; lo pasó a la mano izquierda y lo frotó hasta hacer con él un ovillo; hizo después un nudo y lo deshizo echándolo al aire para volver a plegarlo de otra forma. Los chicos contemplaban atónitos aquella extraña mímica de don Bosco y muchos no lo comprendían. Entonces él, tomando de nuevo la palabra, dijo: «Todo será posible, si dejáis hacer con vosotros lo que me habéis visto hacer con el pañuelo: Si me obedecéis, si hacéis mi voluntad, la voluntad de Dios, veréis que El hará milagros por medio de los muchachos del Oratorio».
Y muchos de ellos se pusieron resueltamente a sus órdenes para cooperar en la gran misión.
Texto: Parroquia El Espíritu Santo / Ilustración: Parroquia El Espíritu Santo
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