Una señora anciana, protestante de religión, tenía a su servicio una doncella católica. Conociendo que se acercaba su última hora, hizo llamar al pastor protestante. Era un hombre pequeño, grueso y de aspecto bonachón.
Recitó algunos pasajes del Antiguo Testamento y, al acabar, cierra el libro, y, dirigiéndose a la enferma, en tono confidencial, le dice: “Señora, crea, y con tal que tenga usted fe, se salvará”. Unos momentos de silencio y la doncella irlandés: “Pero señor ministro, Judas creía en la divinidad de Jesucristo y se condenó. El demonio también cree en Dios y sigue en el infierno”.
No esperaba la objeción. Sorprendido, responde unas palabras tranquilizadoras y sale de la habitación. Llamado por la irlandesa, un sacerdote instruye a la enferma, recibe su abjuración y le administra los sacramentos. Admirado el sacerdote de tan rápida conversión, pregunta:
– ¿Y qué cree usted haber hecho para merecer esta gracia de Dios?
– No sé. Hace más de veinte años que entré por curiosidad en una iglesia católica. El sacerdote y los fieles repetían unas palabras que no entendí, pero me gustaron: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Desde entonces las he repetido todos los días.
Texto: Parroquia El Espíritu Santo / Ilustración: Parroquia El Espíritu Santo
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