En la noche de aquel lunes (2 de septiembre de 1867), cuarto día de la novena de la Natividad de María Santísima, contaba Don Bosco otro ejemplo:
Un jovencito se había acostumbrado desde niño; a rezar todos los días los siete gozos de la Virgen. Llegó a punto de muerte. A los presentes les parecía que había entrado en agonía. Cuando he aquí que, a poco volvió en sí, cesó un tanto el malestar y sonrió mirando a los que circundaban su lecho. Estos, estupefactos, le preguntaron qué significaba aquella sonrisa, a lo que él respondió: “¡Mirad!, hace un momento me parecía estar muerto o que mi alma se hallaba a punto de salir del cuerpo para presentarse ante el tribunal de Dios. Cuando de repente se me presentó una señora, vestida como una reina resplandeciente; me detuvo y me dijo: ‘¿Por qué estás tan preocupado?’. Y yo le respondí: ‘Temo el juicio de Dios; tengo miedo a condenarme’; ¿¿Y por qué?,- preguntó ella. Yo dije: ‘Porque si me condeno pierdo para siempre el paraíso y a mi Dios. ¡Tengo miedo del tremendo juicio de Dios!’.
Y ella replicó: ‘No temas, mis devotos no se condenarán. Tú has rezado cada día durante muchos años mis siete gozos, y yo seré tu consuelo en la muerte y en el paraíso. No temas los juicios de Dios porque yo misma te acompañaré ante el juez eterno para defenderte. Ve a decir a todos los que puedas que quien sea mi devoto y recite mis siete gozos que disfruto en el paraíso ¡no se condenará! Yo le consolaré con mi presencia en la muerte, en el tribunal de mi divino Hijo, y en el paraíso para siempre’».
Mañana, pues, como flor recite cada uno los siete gozos de la Virgen. Los más fervorosos hagan por rezarlos durante toda la novena y también ¡durante toda la vida!
El que no quiere practicar esta devoción practique cualquiera otra. Así seréis consolados por la Virgen en la vida y en la muerte.
Texto: Jorge Bravo Sanchez / Ilustración: Parroquia El Espíritu Santo
Visita nuestras redes |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |