Un día, ante la sorpresa de todos, Domingo pide permiso a Don Bosco para ir a ver a su madre, que se encontraba muy enferma. En efecto, no se sabe cómo lo supo, pero era cierto: la madre estaba próxima a dar a luz y el parto se presentaba sumamente peligroso. Domingo, guiado como por una fuerza invencible, corre al lado de la enferma. La madre sorprendida exclama: «¡Domingo, mi Domingo! – Domingo la estrecha, la abraza – Ahora sal, hijo mío. Apenas esté bien, te llamo».
– Sí mamá.
La madre baja los ojos y toca con la mano algo así como un escapulario que Domingo le ha dejado sobre el pecho. Levanta los ojos hacia el cuadro de María que cuelga en la pared y un suspiro profundo brota de su pecho.
– Me siento mejor – exclama entre lágrimas.
El médico llega y cuando agarra la mano de la enferma se vuelve hacia Carlos, el marido y le dice: «Todo ha pasado. Está fuera de peligro. Aquí ha sucedido algo maravilloso».
– Sí, doctor, algo maravilloso… ¡Esto! – y agarra el escapulario que le había dejado Domingo. Domingo regresó después al oratorio y se presentó a Don Bosco para agradecerle el permiso y para decirle que su madre estaba perfectamente bien. Fueron muchas las gracias conseguidas con aquel milagroso escapulario.
Texto: Parrroquia El Espíritu Santo / Fotografía: Parroquia El Espíritu Santo
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