Jesús está presente en el Santísimo Sacramento, en las especies del pan y el vino que se convirtieron, en realidad, en su Cuerpo y Sangre; Él permanece en estas especies mientras las mismas se conserven, sin perder su forma.
Esto quiere decir que, cuando comulgamos, Jesús permanece dentro de nosotros hasta que la Hostia Consagrada es asimilada por nuestro organismo y, por lo tanto, desaparecen. Es por ello que, luego de que hayamos comulgado, debemos tomarnos un tiempo para platicar con Jesús, compartir con Él esa permanencia dentro de nosotros y no salir apresuradamente del templo. Existe una anécdota que cuenta que, una vez, San Felipe Neri mandó a dos monaguillos detrás de una persona que salió del templo inmediatamente luego de comulgar; los monaguillos llevaban consigo dos velas encendidas para que acompañasen a esas personas durante un momento más.
Debes de tomar en cuenta que, aunque sea un pequeño fragmento de la Hostia, cuando está ha sido Consagrada, Jesús está presente en ese pequeño fragmento; esto no quiere decir que sea sólo un pedazo del Cuerpo de Jesús; Él está completo en cada fragmento de Hostia, lo único que se parte es la apariencia del pan.
No debemos olvidar que, en Jesús, que está vivo en el cielo, el Cuerpo y la Sangre están unidos indivisiblemente. Puesto que Jesús está presente, vivo y real, durante la Eucaristía, bajo la especie del pan, junto con el Cuerpo está también, necesariamente, la Sangre; y donde está la Sangre bajo la especie del vino, está también necesariamente el Cuerpo.
Texto: Parroquia El Espíritu Santo / Ilustración: Parroquia El Espíritu Santo
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